La pandemia obligó a muchos argentinos a quedarse en sus casas para estudiar o trabajara a distancia, por lo que las aplicaciones de viajes con chofer debieron reconvertirse: comenzaron a ofrecer delivery de productos y hasta son un recurso más para quienes desean evitar las aglomeraciones en el transporte público.
Según Sensor Tower, la más bajada este martes en la Argentina fue Cabify, delante de Uber y Beat, las otras apps que funcionan en el país.
La historia de Cabify está alejada del glamour del Silicon Valley: su fundador es se enmarca dentro de la tradición de los "outsiders", personas que llegaron a industrias con una idea disruptiva y supieron aprovechar su momento para construir imperios.
Para Juan de Antonio, su experiencia con Cabify puede englobarse dentro de esta definición. Creador del primer unicornio español, con una valuación de más de u$s1.400 millones, no solo es una "rara avis" en una industria en la que la brújula tiende a dar el norte en Silicon Valley, sino que, además, lleva una vida frugal, lejos de los lujos y excentricidades de muchos CEOs 4.0.
A sus 41 años, el fundador de la única app capaz de hacerle frente a Uber en América Latina y gran parte de Europa vive en un departamento de "apenas" 60 metros cuadrados con un solo dormitorio, en el mismo edificio donde se crió y en el que todavía residen sus padres.
Allí, en el distrito madrileño de Tetuán, en un lugar al que definió como el espacio de confort que le permite "mantener los pies sobre la tierra", lleva una vida marcada por el perfil bajo.
"A veces en la farmacia me preguntan: ¿Cómo va la empresa? Pero mi día a día es totalmente normal. El trabajo no te define como persona", asegura. Por ello, hasta el inicio de la pandemia, solía caminar 35 minutos hasta la sede central de la compañía (la antigua redacción del diario El Mundo), o tomarse un colectivo o Cabify los días de lluvia.
Preocupado por el medio ambiente, ni siquiera tiene auto propio. Mientras tanto, desarrolló todo un ecosistema de movilidad aprovechando los vehículos de otros.
Del pueblo a la ciudad
Los primeros años de de Antonio transcurrieron en La Velilla, un pueblo de 200 habitantes situado en Segovia, donde su familia regenteaba un hotel rural y él podía disfrutar de un mayor contacto con la naturaleza que en la capital española y de calles "libros de humo" debido a la ausencia casi total de vehículos.
Allí, entre calles estrellas y el ritmo cansino de las pequeñas comunidades, florecieron dos grandes intereses para el futuro emprendedor: por un lado, la naturaleza; por el otro, su afán por saber cómo "funcionan las cosas", lo que lo llevó a estudiar ingeniería.
"Cuando era pequeño si se estropeaba un despertador, lo abría y observaba su mecanismo, tenía curiosidad, por eso comencé a estudiar 'telecomunicaciones", confesó en una entrevista.
En la universidad combinaba el estudio con trabajos ocasionales que le permitían mantener a flote sus finanzas: "Me puse a repartir pizzas y trabajaba en un bar; así ganaba unas monedas para salir con mis amigos en verano, pero cuando terminé la carrera me di cuenta de que no me había preocupado por trazar una trayectoria profesional y me pregunté: ¿De qué puedo trabajar ahora?".
Sin un rumbo claro, luego de finalizar su licenciatura en Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid, de Antonio intentó un futuro como ingeniero, proyecto que abandonó a los pocos meses.
Entendió que "las empresas son las que generan trabajo y las que realmente mueven la economía". Por ello, consideró que para entender al mundo hay que entender al ámbito privado, lo que lo llevó a probar suerte en la consultoría estratégica.
Así, de 2004 a 2007 trabajó en The Boston Consulting Group, donde aprendió de negocios, aunque aclaró que "sin llegar a ensuciarse las manos". El paso siguiente fue emigrar a Asia, donde pasó por Tailandia, Vietnam y Singapur, antes de desembarcar en Estados Unidos.
Con una beca Fullbright y un crédito del Ministerio de Educación español (que todavía está pagando) bajo el brazo, tomó un avión para estudiar un MBA en la Universidad de Stanford, la "cuna" de Silicon Valley. Otro capítulo comenzaba.
Nace el unicornio
El ecosistema emprendedor del norte de California lo empujó rápidamente hacia la búsqueda de sus propios negocios. Impulsado por su atmósfera repleta de startups, fondos de inversión y avances tecnológicos, comprendió en primera persona el modus operandi para pasar de la idea a la práctica.
"Entré en contacto con un montón de emprendedores y conocí un sistema muy desarrollado de financiamiento de empresas. Realmente me di cuenta de que gente, más o menos tan torpe como yo, había conseguido implementar grandes proyectos, tal y como ves en las películas de Hollywood", aseguró años atrás.
De vuelta en España, puso en marcha lo aprendido en la costa oeste de EE.UU. y lo combinó con su propia experiencia de vida, sobre todo con aquellos años vividos en La Velilla. El desafío que emprendió fue el de hacer ciudades más habitables, donde viajar fuera más cómodo y menos contaminante.
Así, en 2010 se convirtió en un pionero de la nueva movilidad eléctrica, al lanzar la marca Zero Motorcycle en Europa. Cómo suele pasar con muchos negocios disruptivos, fracasó por no estar en el momento y lugar adecuados. Todavía no era la hora para esta revolución.
El alto costo inicial de estas motocicletas hizo que la propuesta fuera muy poco atractiva para los clientes y empresarios, ya que la mayor parte de los ciudadanos de España recorre pocos kilómetros al día. Hubo que pensar en otra cosa.
El tropezón, sin embargo, no fue caída. La experiencia lo llevó a idear el concepto de Cabify en 2011. "Al ver fracasar mi negocio me surgió una idea, ¿y si pagáramos por el uso del vehículo en vez de por el vehículo en sí mismo?" confesó.
El nombre de la startup fue idea de Sam Lown, su amigo y socio, mientras buscaban dominios en internet con nombres cortos. La combinación de la palabra inglesa "Cab" (taxi en Gran Bretaña) con el sufijo "fy" (convertir en), fue suficiente para dar entidad a la idea de compartir un vehículo por minutos.
En ese momento de Antonio tenía apenas 32 años. La nóvel firma estableció su primera red en Madrid y, al poco tiempo, comenzó a atraer a inversores de un viejo conocido, Silicon Valley.
En febrero de 2012, la plataforma registró 20 mil usuarios, los cuales realizaron casi 3 mil viajes, únicamente en Madrid. En septiembre recaudó 4 millones de dólares en una ronda de inversión Series Seed de Black Vine, el fondo belga Emerge; Angels Investors a través de AngelList y una serie de financistas latinoamericanos.
Un año después de su fundación en España, la compañía comenzó sus operaciones en América Latina, abriendo filiales en México, Chile y Perú. Actualmente, el 80% de los ingresos de Cabify proviene del continente americano, incluyendo al mercado argentino.
La importancia de la plaza latinoamericana es tal que de Antonio pasa varios meses al año en México, donde no solo conoció a su esposa sino que además maneja las riendas de la región desde el DF.
Un negocio con subas y bajas
De Antonio asegura que el negocio de la compañía se multiplica por seis cada año, por lo que hace especial énfasis en corregir errores y organizar su trabajo. Incluso, se "disfraza" de pasajero para testear el día a día de la flota de vehículos que utilizan su servicio.
"Muchas veces, cuando me subo a un Cabify, no saben que soy yo quien se sube; entonces pregunto a los conductores, cuáles son sus quejas y qué querrían mejorar. Algunos me dicen que necesitan un lugar para descansar o poder ir al cuarto de baño. Yo voy tomando nota de sus peticiones y de sus experiencias personales, que en muchas ocasiones son gratificantes", revela.
La empresa emplea actualmente a 1.800 personas a nivel global, cuya media de edad es de 31 años. Asimismo, conformó el conglomerado Maxi Mobility, que ofrece soluciones de movilidad y que en Argentina tiene una "join Venture" con Glovo, la firma española de Oscar Pierre con destino de unicornio.
El gran "pendiente" para de Antonio sigue siendo el superávit financiero, algo que ninguna empresa del sector de la movilidad "a demanda" pudo lograr, ni siquiera Uber, que acumula pérdidas por miles de millones de dólares.
En un 2020 en el que los servicios de este tipo se vieron afectados por las restricciones a la circulación en todo el mundo, Cabify no está ajena al cimbronazo. Para hacer frente al panorama lanzó nuevas prestaciones , que incluyeron el envío de encomiendas y productos, una salida que ganó relevancia con el crecimiento del eCommerce.
De cara a lo que viene, la empresa apuesta a superar la tormenta generada por el COVID-19 y a instalarse definitivamente como la gran competencia a Uber en los mercados en los que opera. Su fama de primer unicornio español la precede, por lo que quiere estar a al altura de las circunstancias.