"Ustedes tienen que hacerme caso, porque soy el presidente de esta compañía. En cinco años venderemos más u$s75 millones, seremos proveedores de 1.000 tiendas y nos convertiremos en el principal distribuidor de software", exclamó de modo enérgico Masayoshi Son a sus dos empleados part-time.
Para dar su discurso motivador se había parado encima de un cajón de manzanas que oficiaba como silla en su precaria oficina. Apenas lo escucharon, renunciaron. Aunque sus palabras sonaban descabelladas allá por 1981, época en la que todavía las computadoras personales y, especialmente, el software no funcionaba como un negocio establecido, el empresario japonés no estaba del todo equivocado.
Ese pequeño emprendimiento que ‘Masa’ (como lo conocen sus íntimos) había fundado en Tokyo era la semilla de lo que, años más tarde, se transformaría en SoftBank, uno de los holdings de telecomunicaciones más importantes del mundo.
Son había iniciado su camino unos años antes en Estados Unidos, pero decidió volver a su Japón natal para dar comienzo a sus ilusiones de crear una empresa grande y exitosa. Su fantasía se basaba más en su confianza, carisma y entusiasmo que en una experiencia previa y vastos conocimientos del mundo de los negocios. Más bien era su instinto el que guió cada uno de sus pasos. Fue justamente este olfato para las ideas innovadoras el que, finalmente, lo catapultó a la fama con sus apuestas de inversiones en diversos emprendimientos de relevancia cuando estos todavía se encontraban en pleno crecimiento.
Alibaba es el más resonante y el que todavía le da alegrías en forma de millones de dólares, pero también aparecen Uber, WeWork y Didi dentro de su portfolio. La mayoría de sus desembolsos fueron encarados a partir del Vision Fund, un fondo que maneja casi u$s100.000 millones que inyectó capital en startups en desarrollo.
Estas polémicas surgieron tanto por la performance de las compañías como por los nombres detrás de este gran pool de inversiones. En tres décadas, Son pasó de entusiasta en búsqueda de algo que lo motivara a ser uno de los hombres más ricos de Japón, con más de u$s14.500 millones.
Sin herederos a la vista y con 62 años, no tiene previsto dejar el mando, pese a que sus últimas decisiones causaron más malestar que aprobación en sus otrora defensores.
Impulso emprendedor
La infancia de Son en la isla japonesa de Kyūshū, ubicada al sur del archipiélago, no tuvo grandes lujos. Es más, sus padres, segunda generación de inmigrantes coreanos, tuvieron múltiples trabajos para mantener a ‘Masa’ y a sus tres hermanos.
Durante años se obsesionó con Den Fujita, el empresario encargado de llevar al mercado nipón la cadena de comida rápida McDonald’s, quien se convirtió en uno de sus modelos a seguir. Incluso, cuando era adolescente, llamó tantas veces a su oficina que el ejecutivo lo atendió y le dio una reunión. Durante aquel breve encuentro, Fujita le recomendó que viajara a los Estados Unidos para estudiar y capacitarse. Y le hizo caso.
Con algunos ahorros de su familia se mudó a Oakland, California, donde, tras un curso intensivo de inglés, terminó el colegio secundario. Cursó dos años en la universidad católica Holy Names hasta que pidió su traslado a la Universidad de California en Berkeley. Ahí estudió ciencias de la computación y economía. Asimismo, en aquella institución se despertó su gen emprendedor cuando tenía solo 19 años.
"Tenía un anotador en el que había escrito alrededor de 250 ideas de inventos", recuerda. Eligió la que le parecía más prometedora: un traductor de bolsillo. Su plan era desarrollar un prototipo e inscribirse para obtener la patente. Sin embargo, le faltaba un equipo.
"Revisé el anuario de la universidad para encontrar a los mejores en micro-computación. Los contacté y les dije que, por el momento, no podía pagarles, pero que si me ayudaban yo les retribuiría por las horas trabajadas", aseguró. Solo unos pocos se quedaron y el producto mutó hacia un organizador electrónico que podía hacer desde traducciones hasta cálculos. La patente fue un éxito y la vendieron por u$s1 millón a la firma japonesa Sharp (que luego lo utilizó para lanzar el Sharp Wizard).
Son logró levantar unos millones más con la venta de un software de videojuegos y la distribución de algunos programas en los Estados Unidos, con lo que financió parte de sus estudios y estadía en ese país.
Lo más sensato parecía quedarse allí y desarrollar su carrera como emprendedor. No obstante, él tenía otra idea. La lealtad y el esfuerzo de los trabajadores japoneses eran piezas clave para lo que tenía pensado crear. Tenía en claro cuál era su misión: fundar una empresa que creciera y se potenciara durante los próximos 50 años.
Nace Softbank
Los primeros meses en Japón no fueron fáciles. Ya casado y con un hijo, Son pensaba negocios con potencial, anotaba ideas y volvía a pensar. En tanto, no tenía ningún ingreso y gastaba los dólares que le quedaban.
"Mi familia, amigos y esposa estaban preocupados", rememoró una década más tarde. Durante un año y medio se dedicó al brainstorming (lluvia de ideas). Su experiencia lo avalaba ya que había dado en el blanco con su primer proyecto.
"Leía todo el tiempo para prepararme. Al final tenía 40 ideas y unas 25 variables para decidir cuál de todas seguir. Por ejemplo, tenía que ser un negocio que me enamorara por lo menos por 50 años. También quería que fuera algo único. Una tercera variable era que en no más de 10 años tenía que ser el número uno de ese negocio en Japón", dijo Son.
Dibujó un cuadro con varias columnas y le asignó un puntaje a cada potencial proyecto: "Elegí el mejor, que era el negocio de software para computadoras personales". Así nació SoftBank. Decidió optar por el vertical dedicado a la distribución y no al desarrollo al detectar que este último, aunque incipiente y de baja calidad, ya tenía varios jugadores en el mercado, mientras que el otro era tierra fértil para hacerse un nombre.
Para darse a conocer, alquiló un espacio en una importante feria de artículos electrónicos en Tokyo y ofreció un lugar gratuito a los desarrolladores para obrar como intermediario, pero las ventas no acompañaron. "Después de eso, mucha gente se rió de mí. Decían: ‘Este hombre es un tonto’", evocó. Sin embargo, su suerte cambiaría.
Su accionar llamó la atención de Joshin Denki, importante retailer japonés, quien le otorgo un contrato de exclusividad como distribuidor de software. Al poco tiempo, Hudson Software también se unió a la compañía. Los nuevos deals le permitieron conseguir un préstamo de casi u$s1 millón para escalar su operación. Para 1982, sus ventas ya alcanzaban los u$s2,3 millones por mes.
La consolidación del holding
Son fue una de las tantas víctimas de la burbuja puntocom. Su negocio había crecido lo suficiente a lo largo de 1980 y 1990; de millones había pasado a miles de millones. Incluso había iniciado su faceta como inversor al desembolsar u$s20 millones para apoyar a un joven Jack Ma en su inicipiente emprendimiento Alibaba.
SoftBank había mutado hacia el negocio de las telecomunicaciones, pero el estallido 2.0 agujereó sus finanzas y redujo 90% su fortuna. Tenía que casi empezar de cero. ¿Cómo salió adelante? Invirtió para ofrecer Internet de banda ancha a bajo precio. Al principio no tuvo ganancia alguna, pero con el correr de los años pasó a ser uno de sus fuertes.
Con los nuevos ingresos, en 2006, compró la filial japonesa de la telco británica Vodafone por u$s15.500 millones y la transformó en la distribuidora exclusiva de los iPhone en el mercado nipón. Antes había sumado a su portfolio a la editorial Zidd-David Publishing y a Yahoo, por la cual pagó u$s100 millones por un tercio de su paquete accionario.
El empresario fue construyendo su poder en base a múltiples operaciones. Compras y ventas, especialmente en el mercado de las telecomunicaciones y la tecnología, sectores que hoy sostienen las inversiones del holding.
Según su estado de resultados del primer semestre fiscal de 2019 (marzo-septiembre), el 77% de sus ingresos (u$s20.000 millones), provinieron del segmento de comunicaciones móviles para usuarios. Por otro lado, la unidad corporativa (tanto red móvil como fija) registró un revenue de casi u$s3.000 millones.
En 2016, la compañía lanzaría uno de sus planes más ambiciosos. El financiamiento había dejado de ser una pata más de su negocio para convertirse en un aspecto clave de su operación. Son anunció Vision Fund, un fondo de casi u$s100.000 millones aportados por players como Apple, Qualcomm, Foxconn, Larry Ellison y el fondo soberano de Arabia Saudita.
Con esta herramienta, daría rienda suelta a sus instintos para invertir millones en startups con potencial. "Es el primer fondo con inversiones de semejante escala, coordinadas, sin parar y en base a una visión. Es un animal completamente nuevo", describió.
Así las cosas, contar con el apoyo de SoftBank pasó a ser sinónimo de cash abundante durante un tiempo.
La crisis
El "Rey Midas" japonés realizó apuestas audaces que luego se convertirían en jugosos retornos. Sin embargo, no todas rindieron sus frutos. Los casos de WeWork, Uber y otras startups aparecen en el horizonte de SoftBank como desembolsos que, más que ganancias, le significaron una gigantesca y creciente deuda.
"Hice la vista gorda en muchos aspectos negativos. Tengo varios arrepentimientos, en particular en la cuestión sobre la gobernanza", apuntó sobre la compañía de espacios de coworking. Pese a haber mantenido una cercana relación con su fundador, Adam Neumann, Son acabó soltándole la mano luego de la fallida salida a la Bolsa de la empresa.
Del otro lado, apoyó el despido de Travis Kalanick de Uber y, pese a eso, la plataforma de transporte no logró hacer pie en su debut bursátil. Esto despertó el enojo de inversores del Vision Fund, que no estaban conformes con la estrategia de Son. El holding japonés reportó pérdidas operativas por u$s6.500 millones, su primer trimestre en rojo en 14 años.
"Lo que sucedió con WeWork lo avergonzó mucho. Tiene que repensar su enfoque", manifestaron fuentes cercanas a la empresa luego de que la startup de Neumann entrara en crisis. A esto se le sumó su estrecho lazo con el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, sospechado de ser uno de los ideólogos del asesinato del periodista disidente Jamal Kashoggi. No obstante, el fondo soberano de Arabia Saudita continúa ligado a SoftBank e inclusive será uno de los principales backers del Vision Fund II de u$s108.000 millones.
Del primero ya se gastaron cerca de u$s80.000 millones en casi 90 emprendimientos. Para América latina crearon un fondo de u$s5.000 millones con el que ya inyectaron u$s1.000 millones en la colombiana Rappi y u$s150 millones en la fintech argentina Ualá. A la vez, su patrimonio se devaluó 20% del primero al segundo trimestre del año y su pasivo corriente (u$s34.700 millones) superó a sus activos corrientes (u$s28.300 millones).
La idea de ‘Masa’ era regar su empresa, hacerla germinar hasta que tuviera 50 años y al cumplir las seis décadas entregar el mando y recoger los frutos. Había elegido a su sucesor, Nikesh Arora, pero este dejó la compañía en 2016, por lo que Son optó por quedarse, por lo menos, cinco años más.
Su plan de "algo que me enamore durante 50 años" se transformó (de verdad) en una estrategia para los próximos 300 años, que incluye desde clonación y telepatía hasta humanos que vivan más de dos siglos. ¿Vivirá para ver algo de esto convertirse en realidad?