¿Qué tienen en común una empresa como Boston Dynamics, WeWork, Uber y Slack? Una se dedica a crear robots tan asombrosos como inquietantes, la otra a montar 'coworkings' por todo el mundo, la siguiente a la llamada 'nueva movilidad' y la última es una herramienta de productividad. Poco, más allá de ser nombres de relumbrón en la órbita de Silicon Valley, lo que tienen en común estas y otras empresas es el señor Son. Masayoshi Son, concretamente. Este millonario nipón, tercera fortuna de su país, es el hombre que levantó hace prácticamente 40 años el gigante Softbank, una empresa de telecomunicaciones que tiene cierta debilidad por meter un pie en cualquier tecnológica que despunte en cualquier punto del globo. Y lo hace a través de Vision Found, su brazo inversor, que se ha convertido en una suerte de 'crupier' repartiendo cartas capaces de poner patas una industria al completo.
Softbank fue mutando poco a poco. Se convirtió en el mayor editor de revistas en Japón pocos años después, espoleado por el éxito de dos publicaciones de éxito que había creado poco antes. Son ha estado, por así decirlo, en todos los charcos tecnológicos de finales del siglo pasado. En los 80, invirtió y apostó fuertemente por todo lo que tenía que ver con la informática personal. En los 90 se subió al carro de las 'puntocom', con un papel clave en la popularización de Yahoo!, que llegó a ser el buscador más utilizado en Japón incluso años después de su declive en Occidente.
Pero fue el estallido de la crisis pandémica la siguiente vuelta de tuerca para Son. Cada vez eran más los que cuestionaban su legendario olfato y algunos de sus inversores de referencia (por ejemplo, los saudíes y los jeques de Abu Dhabi) frenaron sus inversiones. Querían saber si éste era su final. La acciones de Softbank se desplomaron a la mitad de su valor en marzo y no recuperaron y superaron las cifras de febrero hasta julio.
Son respondió apostando (y perdiendo ) con algunos derivados financieros de alto riesgo, anunciando un fondo para emprendedores ‘de color’ de 100 millones de dólares en medio de las protestas por la brutalidad policial contra George Floyd, revolucionando su consejo de administración para apuntalar su independencia y, sobre todo, vendiendo miles de millones en activos para mantenerse a flote.
Todo ello ha hecho que recupere los beneficios y la confianza del mercado: los títulos de Softbank no habían valido tanto desde hace más de dos décadas. Entre los activos que ha vendido se encuentran la empresa de telecomunicaciones Sprint y una porción importante de Alibaba.
Wework fue una de las inversiones fallidas de SoftBank, pero logró salir más o menos airoso
Alibaba: una inversión espectacular
Jack Ma, el fundador del gigante chino y amigo de Son, abandonó su sillón del consejo de Softbank en junio, y muchos vieron el final de una era. El japonés compró un 34% de Alibaba por 20 millones de dólares en el el año 2000. Solo 14 años después sus títulos ya valían 50.000 millones. ¿Pero de qué era estamos hablando y qué nos dice del relativamente desconocido emprendedor japonés?
Masayoshi Son no solo ha sobrevivido a estas tensiones geopolíticas para salvar su negocio. Cuando se supo, en 2018, del asesinato y las terribles torturas que sufrió el periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul, el emprendedor tuvo que dar explicaciones.
Arabia Saudí era el mayor inversor de uno de los principales vehículos financieros de Son, el Vision Fund, en el que había ‘volcado’ hasta 45.000 millones de dólares.
De todos modos, las relaciones entre Riad y Softbank siguieron siendo muy estrechas. El mismo mes que dio explicaciones, noviembre de 2018, cerró un negocio fotovoltaico en tierras saudíes por más de 1.000 millones de dólares. En 2020, Yasir O. Al-Rumayyan, el representante saudí en Softbank, abandonó su consejo de administración fundamentalmente porque, como sucedía con otros consejeros, su proximidad con Son era tal que algunos inversores podían dudar de su independencia como supervisor.
Gracias a su éxito en China y al apoyo de los saudíes, en los últimos 20 años, el CEO y fundador de Softbank se ha coronado como un legendario cazador y creador de unicornios. Alibaba era una pequeña empresa en 2000 y se ha convertido en un imperio. Se puede decir algo parecido de otras apuestas de Son como Uber, Slack o la gigantesca plataforma de comercio electrónico india Flipkart, que vendió hace pocos años a Walmart.
La burbuja puntocom le estalló en la cara
Concretamente, perdió 75.000 millones de dólares y la valoración de cada título de Softbank pasó de superar los 10.000 yenes en el año 2000 a hundirse hasta los 150 yenes en 2002. Antes de la debacle, había llegado a ser el octavo hombre más rico del mundo. Entonces también fueron muchos los que lo dieron por acabado.
Pocos meses antes de crac, el emprendedor aseguraba, ante la incredulidad de analistas y periodistas especializados, que la revolución de internet sería todavía más abrumadora que la del ordenador personal.
Alibaba ha sido uno de los grandes éxitos de inversión de softBank
Aquello sonaba bastante asombroso viniendo de alguien que se había hecho rico, sobre todo, gracias al rugido del PC a partir de los ochenta y que, hasta mediados de los noventa, había concentrado sus inversiones en la distribución y comercialización de software para ordenadores personales, la organización de ferias de informática (Comdex, en Las Vegas, es un buen ejemplo) y la publicación de revistas vinculadas con los PC.
En 1995, la fortuna de Son, que no había cumplido los 40 años, ya superaba los 1.500 millones de dólares. Un año después, adquirió una participación mayoritaria en Yahoo! y empezó a ligar su carrera al ‘boom’ de internet.
Y aquello lo había conseguido, en parte, haciendo de puente entre las empresas japonesas y las estadounidenses. A principios de los noventa, con poco más de treinta años, convenció a los grandes directivos de Toshiba, NEC, Fujitsu y Canon para que se uniesen con Novell en Japón y desatasen una revolución de la interconectividad de los ordenadores personales.
Y eso fue después de haber fracasado con una alianza entre Business Land, Toshiba, Canon, Sony y Fujitsu. Es decir, lo recibían los hombres más poderosos de Japón y lo valoraban lo suficiente como para perdonarle fracasos millonarios. Y, además, se los perdonaban en una cultura donde la juventud estaba severamente penalizada y se menospreciaba a las personas de origen coreano, indico Xataka.