A lo largo de la historia económica mundial, hemos evidenciado muchas veces la dificultad que han tenido los sistemas monetarios centralizados para sostener el poder adquisitivo de una moneda fiduciaria.
El gran crack de 1929, la pérdida de poder adquisitivo a lo largo de décadas por parte de las monedas fiduciarias más fuertes, las espirales hiperinflacionarias y las megadevaluaciones de múltiples países en diferentes continentes son ejemplos que todos conocemos.
Los sistemas monetarios centralizados no han podido hasta el momento establecer previsibilidad a nivel global en la economía. El abandono del patrón oro en 1971 simplemente ratificó la naturaleza frágil del modelo monetario tradicional que se basa pura y exclusivamente en la confianza.
Pero ¿por qué diversos sistemas monetarios centralizados tienen problemas constantes a la hora de sostener el valor de una moneda?
Milton Friedman, Premio Nobel de Economía, lo explicó claramente muchas veces: cuando las cuentas no cierran, el excedente de gasto por parte de un Estado será compensado a través de la inflación y/o el endeudamiento.
El endeudamiento es un arma de doble filo. En la medida que sea utilizado simplemente para financiar una situación transitoria (con capacidad de repago en el corto plazo), la toma de deuda representa una opción para los Estados que necesitan financiar su nivel de gasto rápidamente.
Por el contrario, cuando el endeudamiento (ya sea con deuda soberana o mediante organismos) se utiliza como un mecanismo de financiación constante, el resultado previsible en la mayoría de los casos es el de una debacle general de la economía. La ecuación es realmente muy simple: no se puede gastar más de lo que se genera, a menos que se imprima. Esto nos lleva a la inflación.
La inflación es uno de los impuestos más distorsivos que cualquier Estado le puede aplicar a sus ciudadanos. Impacta directamente sobre los bienes de consumo masivo básicos (alimentos, servicios, etc.) y por otro lado disminuye el poder adquisitivo de los tenedores de la moneda.
Adicionalmente, la inflación es un recurso de captación de recursos por parte del Estado sin una contrapartida por parte de los ciudadanos. Es un impuesto que no se vota, pero que hay que pagar, como tantas veces indicara a lo largo de su carrera el doctor Friedman.
La inflación le genera ingresos directos a los Estados de tres formas no tan evidentes pero muy redituables:
1) A través del señoreaje, expresado directamente en la diferencia entre el costo de la producción de los billetes contra el costo de adquirirlos.
2) A través del incremento en la recaudación impositiva (a menos que se ajusten en igual proporción las escalas vinculadas al impuesto a la renta personal).
3) A través de la pérdida de poder adquisitivo de los tenedores de los billetes. Si pensamos en los billetes papel (FIAT) como una deuda por parte del Estado hacia sus tenedores, la inflación licúa parte de esa deuda de forma directa.
Históricamente, los Estados han utilizado el endeudamiento y la inflación como mecanismos de financiamiento. Por este motivo es que muchos economistas han coincidido en diferentes oportunidades en un aspecto crucial: la única manera de resolver los problemas estructurales de los sistemas monetarios centralizados es justamente apelando a la descentralización.
Es decir, mediante el uso de una moneda no regulada en su emisión ni valor por parte de una entidad central sino por la propia demanda y oferta asociada.
En este contexto es donde la tecnología blockchain viene siendo explorada por diversos países que están experimentando con los posibles beneficios de desarrollar una moneda de curso legal digital a través del uso de la cadena de bloques.
¿Podrían los gobiernos utilizar la tecnología blockchain para eliminar los problemas de los sistemas monetarios estabilizados con intervención gubernamental directa?
Si esto alguna vez pudiera ocurrir, se generarían interesantes beneficios:
En primer lugar, al tener una tasa de emisión fija y estipulada, tanto el sector público como el privado tendrían certeza sobre los niveles esperados de inflación. Esto, lógicamente generaría beneficios directos ya que existirían reglas de juego claras.
Los gobiernos y los bancos centrales podrían comunicar sus políticas monetarias y fiscales a través de una blockchain incrementando así la confianza en la economía. Una economía previsible, genera un mayor caudal de inversiones internas y externas y reactiva el consumo.
En segundo lugar, el sistema de encajes fraccionados probablemente dejaría de existir en este contexto. Esto lógicamente operaria de forma positiva sobre la moneda ya que reduciría el nivel de dinero creado en el modelo vigente por parte de los bancos comerciales.
¿Cuáles serían en cambio algunos de los posibles problemas de esta transición?
Retirar el total del circulante papel de una economía generaría inevitablemente un rechazo masivo por una gran parte de la población. Adicionalmente, a muchos bancos centrales de todo el mundo les atrae la idea de las tasas de interés negativas. Las tasas de interés negativas permitirían a los bancos centrales establecer políticas monetarias más efectivas en escenarios de deflación o bajo crecimiento económico.
Sin embargo, la población preferiría previsiblemente en una situación como esta conservar el billete papel. Claramente, es preferible no percibir interés alguno que percibir un interés negativo.
Si bien los aspectos positivos y negativos que acabamos de analizar son relevantes sin dudas, quedan pendientes los verdaderos interrogantes de fondo: ¿Podría un gobierno realmente resignar la posibilidad de imprimir dinero? ¿Podría un gobierno respetar una política monetaria y fiscal programada durante años? ¿Podría un Estado realmente tener la voluntad de establecer y sostener durante décadas una política monetaria de este estilo asumiendo el costo político asociado?
El correr de los años nos dirá si es viable (o no) observar un experimento monetario de este estilo que sea exitoso para la sociedad en su conjunto.
* Sobre el autor: Nicolás Collebechi es economista, consultor y director de la Diplomatura en Criptoeconomía en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires. La diplomatura comienza su última edición 2018 a comienzos de octubre.
La modalidad es 100% a distancia (online) y consta de 12 clases semanales en tiempo real (de una hora y media cada una) donde los alumnos se conectan a un aula virtual. Todas las clases se graban y están a disposición de los alumnos junto con el material complementario. Finalizada la cursada y luego de la aprobación de un trabajo final integrador, los alumnos reciben un diploma por parte de la Universidad.
Para mayor información, se recomienda consultar directamente con Educación Ejecutiva al teléfono (+5411) 2150-4843/4848 o vía email [email protected] .