Hace dos años, los incendios en la Amazonia generaron una crisis ambiental global. Al día de hoy, la selva tropical más grande del mundo continúa siendo desforestada pese a las millonarias donaciones de los países ricos y las críticas hacia las autoridades brasileñas.
¿Los motivos? Entre otras cosas porque en el debate está ausente una propuesta de salida para los brasileños que viven en la zona, que necesitan incentivos para poder explotar su región de una manera sostenible.
En términos monetarios, las tierras dedicadas a la cría de ganado -causa fundamental de la deforestación- producen un valor de solo 850 euros por hectárea, mientras que la pérdida de una hectárea de bosque amazónico le cuesta a la comunidad internacional 24.000 euros, considerando solamente su valor como almacén de gases de efecto invernadero, según cálculos de economistas de la Universidad de Chicago.
De esta manera, la clave para dar vuelta esta ecuación es cambiar la economía de los 30 millones de habitantes del lugar.
En los años noventa, Costa Rica tuvo los índices de deforestación más altos del mundo. Frente a este problema, el gobierno costarricense promovió cambios estructurales en el sector agrícola que beneficiaron la protección de los bosques, con la introducción de controles jurídicos para evitar el cambio del bosque natural a otros usos de la tierra y con una financiación estable destinada a los bosques a través de un sistema de pago por servicios ambientales.
La mayor parte de estos ingresos provienen de un impuesto al consumo de combustibles fósiles.
Esta es una experiencia a imitar ya que, desde que comenzó la reforestación, no sólo se benefició el medio ambiente: en torno a la conservación de los bosques creció toda una industria y los bosques trajeron, además, ingresos adicionales por el desarrollo del ecoturismo.
El valor que aporta el capital natural está infravalorado y, en muchos casos, permanece escondido a pesar del gran potencial que tienen de impactar en empresas y organizaciones.
De esta manera, de las mejores tierras, se elegirá un millón de hectáreas, cuyos m2 serán asociados a 1 token = 1 GBM Coin, estableciendo un activo digital respaldado en el capital natural que preserva.
Este Utility token (GBM Coin) permitirá adquirir los GBM Land, un token NFT que permite ser propietario virtual, usufructuando servicios digitales como publicidad verde y accediendo a los créditos de carbono en condiciones preferenciales, emitidos entre las tierras propias y de terceros, en función de la adicionalidad generada por la preservación de biosfera y fijación de CO2e.
GreenBondMeter (GBM) comenzó ya el proceso de reconversión integral de un campo de 24.500 hectáreas en la selva paranaense, en Misiones, que estaba sometido a un proceso de deforestación controlada, que ahora comenzó a revertirse para su conservación.
En esas tierras, los obrajeros contratistas que trabajaban en la extracción de madera, estarán incluidos en los planes y acciones de remediación a través de las tareas de reforestación, esperamos comenzar con las tareas al inicio del próximo año.
Los procesos de recuperación de hectáreas de bosques que pasan de la tala a la reforestación promueven la generación de empleo formal, el fortalecimiento de una economía verde, la incorporación de nuevos actores al mercado, el crecimiento de las economías locales y una mayor autonomía económica para los grupos vulnerables.
Quiere decir que en los 10 meses que lleva el predio en posesión de GBM hay una acción contundente y cuantificable en cuanto a la deforestación evitada.
La reserva puede, a su vez, absorber mas de 115.000 toneladas de CO2e lo que equivale a quitar 25.000 autos de circulación al año.
La selva misionera es el segundo bosque con mayor biodiversidad de Sudamérica y está compuesta por una selva de clima semi-tropical y tropical húmedo, con variada topología y cumbres de más de 700 metros sobre el nivel del mar.
Se caracteriza, además, por su diversidad de especies de flora y fauna, con más de 150 km internos de ríos y arroyos, pero debido a la deforestación de los últimos 100 años la cobertura arbórea actual no supera los 50 años de vida, cuando su composición original contenía especies que superaban los 1.000 años de antigüedad.
Reconocer que funcionamos en un sistema de mercado que tiene en cuenta la realidad ambiental significa integrar el capital natural a los procesos de toma de decisión. Este enfoque es la única vía posible para afrontar la crisis climática y de biodiversidad que vivimos.
*Por Juan Núñez, CEO de Green Bond Meter (GBM)