"Riders", así denomina Glovo, una start-up digital fundada en Barcelona, a los trabajadores de la llamada economía de plataforma, un sector de nuevas empresas que funcionan como intermediarios a través de aplicaciones digitales. Los algoritmos de estas apps distribuyen y asignan las tareas a los trabajadores. Los algoritmos, pues, son los nuevos jefes.
El qué, cuándo, dónde o cómo se trabaja son perfectamente estructurados por el algoritmo. De hecho, es el programa el que determina quién trabaja y quién no. El mundo laboral de los repartidores a domicilio está determinado por complejos sistemas de puntuación y de geolocalización. Sus salarios varían según se hagan dos o cuatro kilómetros, o incluso varían según las propias condiciones climatológicas. El algoritmo asigna los pedidos de la clientela siguiendo los criterios de cercanía, eficiencia del repartidor, si va en bicicleta o en moto, o si ha seleccionado el modo automático de recepción de tareas.
En Glovo aseguran que es el trabajador quien elige libremente su horario laboral. Pero todo depende una vez más del sistema de puntuación. Los repartidores con la valoración más alta pueden elegir las horas de trabajo antes que los demás. La puntuación del rider depende de las valoraciones de los usuarios, de los restaurantes, de si tiene el modo de recepción automático de tareas, de estar apuntado en las horas de alta demanda, de la antigüedad dentro de la empresa o de ser más o menos rápido en las entregas. "Si estás enfermo y no trabajas, tardas tres semanas en recuperar la puntuación", comenta un repartidor venezolano de Deliveroo al sitio muynegociosyeconomia.
Estos trabajadores son, en teoría, trabajadores autónomos. En la publicidad de las empresas de plataformas aparecen chicos jóvenes pedaleando sonrientes con vestimenta corporativa, pero en la calle se ve otra cosa. La gran mayoría son extranjeros, y muchos de ellos están en cada uno de los países en los que operan estas apps en situación irregular. Para trabajar alquilan el uso de la aplicación a otro repartidor a cambio de un porcentaje de sus ingresos. Son invisibles para la empresa, ni tampoco tienen seguro de ningún tipo.
En el caso de los riders también se plantea la pregunta si son falsos autónomos o no. Muchos repartidores defienden la autonomía que este modelo de trabajo les proporciona pero muchos otros reivindican sus derechos laborales. La justicia española ha asestado ya algunos golpes a las plataformas pero no hay una doctrina clara. En julio, un juzgado de Madrid, España, dictó que 500 repartidores de Deliveroo deberían ser contratados. Sin embargo, apenas un mes antes un Juzgado en Barcelona había fallado a favor de Glovo. Hasta septiembre de 2019 se habían producido tres sentencias que dan la razón a las empresas de reparto frente a seis dictámenes favorables a los trabajadores. El Tribunal Superior de Justicia de Asturias fue la primera instancia superior en ratificar que se trata de una relación laboral estable.
Las empresas del sector alegan que la relación con los riders se basa en la controvertida figura de TRADE – trabajador autónomo económicamente dependiente-, es decir alguien que factura el 75% de sus ventas a un solo cliente. Así lo ratificó en septiembre de 2018 un Juzgado de Madrid.
La cuestión es si un rider podría trabajar, de la misma forma, sin depender de la aplicación que Glovo le proporciona. "El repartidor no actúa por su cuenta y riesgo, ya que sus clientes se los proporciona la empresa. Que disponga de una bicicleta o una moto propia y un móvil cobra escasa importancia, ya que de nada servirían para el desarrollo de la actividad si antes no se ha dado de alta en la aplicación", señala el catedrático de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, Eduardo Rojo.
Cuando Glovo nació en 2015, los fundadores sabían que la clave del éxito del modelo era un crecimiento y una expansión extremadamente rápida, y no la rentabilidad inmediata. Una start-up que no arranca con fuerza puede desintegrarse rápidamente. En la jerga del emprendimiento a este proceso inicial de captación de fondos se le denomina "burn money", ya que el dinero en esta fase se quema rápido. El objetivo de Glovo desde el principio era la internacionalización del negocio, tener presencia en varios países y afianzar su marca en el mercado. Cinco años después de su fundación Glovo está presente en 21 países y más de 100 ciudades. Pero, en 2018, sus pérdidas aún ascendían a 90 millones de euros.
Glovo trae no solo comida sino "cualquier cosa", según su página web. Como cualquier empresa de plataforma, es intermediaria y los ingresos de la empresa provienen mayoritariamente de las comisiones que cobra a los restaurantes. Su principal gasto es la continua actualización del software para hacerlo más eficiente, además de la publicidad de sus servicios que juega un papel fundamental. Glovo tiene más de 10.000 establecimientos asociados y más de tres millones de usuarios usan ya la aplicación.
En una entrevista en El Periódico en enero, u fundador y actual consejero delegado (CEO), Oscar Pierre aseguraba que estuvieron "a punto de cerrar dos veces". Pero consiguieron reponerse, gracias a nuevas inyecciones de capital. La última ronda de financiación les dio 150 millones de euros. Ahora, la empresa catalana está pensando en salir a bolsa.
Como muchos de sus homólogos de la economía de plataforma en EEUU, Pierre asegura que no le motiva tanto el beneficio empresarial sino el supuesto impacto social de la actividad de Glovo. En este sentido, el debate sobre las condiciones laborales de los riders no ayuda. Ante un revés para su modelo de negocio en los tribunales Pierre –que de vez en cuando sale a repartir con su bicicleta para estar en contacto con el mundo de los riders– se muestra tranquilo. "Sería una buena faena, pero nos adaptaríamos".