"Brasil se quedó afuera". Ese titular que tantas veces nos hizo felices futbolísticamente hablando hoy se vuelve a repetir. Aunque incompleto. Brasil se quedó afuera de X (Ex Twitter) es la noticia completa.
Y es que, el juez de la Corte Suprema brasileña Alexandre de Moraes suspendió X en todo Brasil mientras que la compañía no nombre un representante legal en el país vecino. Elon Musk hizo dulce con la noticia. Millones de usuarios brasileños se hicieron eco despidiéndose de la red social.
En principio, y así presentado, cuesta creer cómo un desacuerdo legal puede escalar tanto hasta llegar al punto de la suspensión de una red social que usan millones de personas. Pero la discusión de fondo es mucho más profunda, y los actores involucrados no quieren dar el brazo a torcer.
¿Cuál es la verdadera discusión?
Días atrás fue el fundador de Telegram encarcelado en Francia, ahora es Brasil, y mañana será cualquier otra cosa. Podemos quedarnos con lo anecdótico y las consideraciones particulares del caso o intentar dar un paso más allá: El mundo en el que vivimos no está preparado para las tecnologías que ya forman parte de nuestra vida cotidiana. Y no sabemos cómo lidiar con ello.
Sucede con los teléfonos en las aulas. Sucede con el uso indiscriminado de pantallas todo el tiempo y a todas las edades. Sucede con el consumo de contenido basura. Sucede con los deep fakes y la proliferación de noticias falsas. Sucede con las criptomonedas. Sucede con los marcos éticos de la inteligencia artificial. Sucede con el uso de inteligencia artificial para la predicción en el mundo de la salud. Y va a seguir sucediendo mucho más en el futuro.
Las redes sociales están pensadas para descentralizar la comunicación. Y vaya si lo han logrado. Hoy "la agenda" ha desaparecido. No hay una agenda. Hay tantas agendas como personas en el mundo. Por eso, al establishment le cuesta predecir los resultados electorales, por ejemplo. Porque seguimos usando herramientas del pasado para lidiar con un mundo que cambió por completo.
Ni prohibiciones absurdas ni regulaciones inaplicables
Es muy difícil para el Estado ver como su hegemonía de más de tres siglos empieza a resquebrajarse. Esto no es algo nuevo ni novedoso. Hace ya años se discute cómo el Estado nación está perdiendo poder por todos lados: entidades subnacionales, organismos internacionales, empresas privadas, organizaciones de la sociedad civil, etc. Pero las tecnologías descentralizadas del siglo XXI como las redes sociales o las criptomonedas ponen esto mucho más de manifiesto.
La reacción natural de las instituciones gubernamentales, es querer controlarlo. Algo que parecería históricamente imposible. Y por eso desarrolla regulaciones inaplicables o prohibiciones que se terminarán sorteando. Porque el problema de fondo es filosófico: la revolución tecnológica que se inició a fines del siglo XX apunta a construir un mundo descentralizado. Y el Estado busca exactamente lo contrario. Corriendo a la historia por detrás.
Quizás el caso más paradigmático para ilustrar eso es la regulación europea en inteligencia artificial. Cuando la UE empezó a trabajar en un proceso de regulación de la inteligencia artificial, unos meses antes de la pandemia, ni siquiera existía ChatGPT. Cuando terminó el proceso, en 2024, el mundo ya había cambiado por completo.
Algoritmos y redes antisociales
Todo esto no quiere decir que los humanos del siglo XXI no deberíamos preocuparnos ni tener una mirada crítica de nuestro uso actual de la tecnología. Que el Estado Nación moderno no sea la forma apropiada de regular el nuevo sistema no quiere decir que el nuevo sistema no requiera ningún tipo de problematización.
Los seres humanos del siglo XXI pasamos entre 4 y 7 horas al día en redes sociales, y más tiempo aún frente a pantallas. Lo que ha generado profundos impactos en nuestras conductas cotidianas, algunos que aún no dimensionamos, y otros que ya podemos empezar a palpar. El resultado no es el mejor.
En La Era del Malestar, mi último libro publicado por Ediciones Lea, analizo cómo las comunidades están desapareciendo, las relaciones humanas se vuelven más débiles, los humanos nos estamos volviendo simplistas y superficiales, entre otras cosas. Y ni hablar sobre el estrés, la angustia, y la ansiedad que se han multiplicado considerablemente en los últimos diez años.
Esto no es culpa de la tecnología, pero está directamente relacionado con nuestro uso irresponsable de las herramientas superpoderosas que tenemos al alcance. Y eso es absolutamente normal. Resulta que nos han tirado por la cabeza una tecnología muy poderosa sin enseñarnos cómo usarla.
Ante esto resulta imprescindible pensar en cómo adoptar procesos de digitalización responsables. Sin prohibiciones absurdas ni regulaciones inaplicables, pero con la consciencia de que no hacer nada también es un problema. El desafío es enorme. Pero estamos a tiempo.
*Augusto Salvatto es politólogo y autor de La Era del Malestar