A metros de Cabildo y Monroe, en una esquina más del barrio porteño de Belgrano, surge un edificio de tres plantas rodeado de viviendas de propiedad horizontal, locales comerciales y el tránsito de autos particulares y colectivos. Es el número 2490 de Vuelta de Obligado, sede, desde 1959, del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), fundado por Bernardo Houssay, Nobel de Medicina.
Un largo pasillo, atravesado por químicos, biólogos celulares y moleculares, bioinformáticos, técnicos y también por algunos dispositivos, comunica el hall circular de entrada primero con el laboratorio de Glicomedicina y, al final, con una oficina minimalista y contrastantemente modernizada. Allí trabaja Gabriel Rabinovich, el hombre que puede haber descubierto una terapia más efectiva contra el cáncer y las enfermedades autoinmunes.
Tiene 54 años. Su semblante recuerda al de un pintor impresionista. ¿Es el aspecto del virtuoso transformado en rostro de sabio? ¿Talentos equivalentes, aplicaciones disímiles? A las cuatro de una tarde calurosa de primavera, recibe a iProUP. Instantes antes, el bioquímico había concluido un seminario con los eruditos coaccionistas de Galtec: Pablo Hockl, COO; Juan Manuel Pérez Sáez, líder de I D; Kiyomi Mizutamari, responsable de estudios preclínicos, y Daniel Falcón, el CEO.
Solo, de codos en su sillón, a un lado del escritorio en el que se mezclan papeles de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y la Organización Europea de Biología Molecular, de las que es orgulloso miembro, de camisa turquí y chupines canela, la mirada fija, medita cada respuesta. Enfrente, un rasgado ventanal, abierto al sudeste, deja ver el techo del laboratorio de la flamante empresa de base tecnológica que acaba de lanzar en agosto, situado en el subsuelo de la estructura e invadido por los rayos del sol.
Allí se esbozan, agobiando las mesas, kits y reactivos para purificar anticuerpos, equipos e instrumentos de cultivo celular y el bioterio de ratones de laboratorio. Todas herramientas necesarias para validar las tecnologías de aumento o bloqueo de la actividad de la proteína Galectina–1, con el propósito de manipular el funcionamiento del sistema inmune.
El azar, recuerda, hizo que lograra identificar la presencia hasta ese momento inexplicable de la mencionada proteína en el sistema inmune allá por 1993, mientras cursaba su doctorado en Ciencias Químicas en la Universidad Nacional de Córdoba: "Estuve trabajando seis meses sin ningún resultado. Pensé en dejar la ciencia. Pero se me ocurrió averiguar si los anticuerpos de conejo que había hecho el año anterior con mi mentor, Carlos Landa, y guardado en la heladera de casa reaccionaban con una molécula similar".
Galtec: cómo se formó la startup
La circunstancia de aquella conjunción fortuita, que llamó la atención de Rabinovich para siempre, permite conocer –tres décadas y 320 artículos científicos en revistas de la talla de Nature, Proceedings National Academy of Science, Cell y Journal of Experimental Medicine después– que bloquear Gal–1, como también se la denomina, podría ser necesario frente a ciertos cánceres. En ellos se probó que una elevada expresión de esta macromolécula ayuda a los tumores a escapar de la respuesta de los linfocitos T del sistema inmune y a crear vasos sanguíneos que les permiten abastecerse de nutrientes y oxígeno para crecer y diseminarse.
Aquella serendipia inicial también ofrece la posibilidad de saber, en la actualidad, que aumentar la expresión de Gal–1, por el contrario, podría ser necesario frente al desarrollo de enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple. En ellas, la deficiencia en esta proteína podría causar que el sistema inmune ataque tejidos funcionales del propio organismo, dañando la salud y la calidad de vida del paciente.
El aire acondicionado refresca la oficina. El café expreso desprende la memoria de su olorosa existencia anterior en las selvas. Bajo la influencia de aquel ambiente, el pensamiento enérgico pero sutil del científico se distiende. Aunque su pelirroja cabellera recuerda a Edison, Rabinovich parece ser un peregrino del escepticismo.
Afirma no haber dejado atrás la sensación de inseguridad –en particular, debido a la crisis de reproducibilidad de resultados que atraviesa el mundo científico– sobre el papel central de las galectinas y sus ligandos glicosilados en la homeostasis del sistema inmunológico, incluso luego de conseguir los primeros integrantes de una familia de patentes que ya supera la decena.
Dos de ellas, "una composición, un vector y un método utilizable en la terapia anti–tumoral, y uso de inhibidores de Galectina–1 en la preparación de un medicamento para la terapia de células tumorales", y "composiciones, kits y métodos para la modulación de las respuestas inmunes usando Galectina–1"–, sin embargo, avalan el camino hacia la identificación de los glycocheckpoints como nuevo paradigma en inmunoterapia destinado a tratar el cáncer y las enfermedades autoinmunes.
Licenciadas por el CONICET –"comenzamos a hablar con Roberto Salvarezza y Lino Barañao allá por 2014", busca en su memoria–, le permitieron conseguir el apoyo por parte del grupo de inversores ángeles White Lions, liderado por los ex gA Roberto Wagmaister, Paul Dougall y Jaime Kleidermacher. Junto al aporte no reembolsable comprometido por el Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC) que, subraya, "necesitamos que se cumpla"–, dieron forma a Galtec.
"Sí; empezamos a obtener resultados bastante consistentes y a soñar con que podían llegar a la sociedad. Pero nos preguntamos cómo seguir. ¿Licenciar las patentes a un laboratorio farmacéutico? ¿Generar una plataforma que pudiera transformar el descubrimiento en productos biofarmacéuticos, para acompañar su desarrollo y hacer los cambios necesarios?", ilustra. El problema parecía insoluble, hasta que un par de colegas extranjeros le sugirieron la opción de la startup y el financiamiento privado.
Frío, prefiere no revelar el monto de los desembolsos. Con una estimable sonrisa, no obstante, ofrece una analogía: "Se necesitaron varias decenas de millones de dólares", para desarrollar anticuerpos monoclonales dirigidos contra el receptor de muerte programada 1 (PD–1) de los linfocitos T, como el Pembrolizumab, de Merck, o el Nivolumab, de Bristol–Myers Squibb, los primeros aprobados por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos).
Positivo, estima en dos años el plazo para superar las buenas prácticas de laboratorio, con las que su equipo garantiza la uniformidad, consistencia, confiabilidad, reproducibilidad, calidad e integridad, mediante pruebas de seguridad no clínicas. El proceso de manufactura aplicable a la preparación del anticuerpo monoclonal para cáncer y la variante de Galectina–1 destinada al tratamiento de enfermedades autoinmunes para sus ensayos clínicos demorarían un par de años adicionales.
Humanitario, se enorgullece menos de su genio que de la posibilidad de ayudar a cerca de 1.900.000 pacientes con cáncer colorrectal, segunda causa de muerte por tumores a escala global, según la Sociedad Estadounidense de Oncología Clínica. "Solo el 15% se beneficia con inmunoterapia. La expectativa es que nuestro anticuerpo sea efectivo para un 25% adicional", precisa. Lo propio considera respecto de las 2.800.000 personas que viven con esclerosis múltiple, de acuerdo con la Federación Internacional dedicada a combatir esa enfermedad.
Sagaz, indica que "estamos empezando muy humildemente", cuando se compara con Palleon. Se trata de la farmacéutica estadounidense cofundada por Carolyn Bertozzi, ganadora del Nobel de Química 2022, que, en abril pasado, anunció los resultados exitosos de la fase 1 de su inhibidor de puntos de control glicoinmunes para tratar el cáncer, y que levantó ya 147,6 millones de dólares en sus series A y B. "Si bien aún no definimos nuestro modelo de negocio futuro, ya estamos explorando una segunda ronda de inversión", prosigue.
Galtec: el futuro
Por presunción legítima, su manía preferida es la de elegir la perseverancia y la entereza, frente a las adversidades personales y económicas que debió atravesar, como sus principales destrezas. De ahí procede su sencillez, su sinceridad incluso ruda, en ocasiones de aspecto familiar: "Me preocupa mucho que se hable del posible cierre del CONICET. No por Galtec, sino porque todo lo que hice en estos treinta años de investigación básica necesitó sí o sí del apoyo del Estado".
El hombre tiene la honra de admitir errores, demoras a la hora de escribir papers en inglés, que terminaron publicando otros laboratorios. Evalúa con una ojeada, también, las desventajas de esperar meses por el arribo de reactivos importados que un laboratorio estadounidense o europeo tienen a disposición en 24 horas. Pero como un cuchillo en la piedra, afila su espíritu: "Es importantísimo tener una estructura que permita hacer ciencia soberana y crear conocimiento nuevo para todo el mundo. Me angustian las críticas injustas al sistema científico porque generalizan".
Cuántos padecientes, a lo largo de la historia, sintieron el antiguo, conocido, sordo, corrosivo dolor, agudo y porfiado como siempre. A cuántos se les encogió el corazón y se les enturbió la mente. O pensaron que la vida estaba ahí y se iba y no podían retenerla. Cuántos se dieron cuenta de que todos, menos ellos, veían que se estaban muriendo, y que sólo era cuestión de semanas, de días.
El tratamiento efectivo del cáncer no llega tarde a la humanidad, opina, sin embargo. Entiende que, desde que el Nobel de medicina japonés Tasuku Honjo y su par estadounidense James P. Allison publicaron sus célebres descubrimientos acerca de la inhibición negativa de la regulación inmune, a fines de los '90, el avance de la inmunoterapia para tratar casos que, dos décadas atrás, implicaban una sentencia de muerte es ciencia ficción hecha realidad.
Sin temor a caer en el lugar común, exclama que "está asomando la próxima generación de medicamentos". Le resulta grato que el desarrollo de Galtec se inscriba en esa corriente. También se enorgullece de que sucesores reproduzcan compañías similares en distintos lugares del mundo "para trabajar con Galectina–9 o Galectina–3", por ejemplo, basándose en su secreto ya extendido y sin dudas que se ciernan sobre su autenticidad.
Sin hablar, medita unos instantes sobre el momento de maduración de la ciencia y luego continúa: "Mi mayor orgullo va a ser contribuir a curar un paciente".
Mientras tanto, guarda sigilo –hasta nueva orden– de las sorprendentes investigaciones acerca de Galectina–2, Galectina–5 y Galectina–7 con las que sigue haciendo ciencia.
Y que están ahí, debajo de los pasos del profesor, en el subsuelo de la propiedad ubicada en pleno barrio de Belgrano, que por su aspecto parece una más, perdida en una tarde primaveral de la ciudad de Buenos Aires.