Como es de público conocimiento, la conducción autónoma ya es un hecho y lo que parecía ser algo salido de una película de ciencia ficción, hoy ya es realidad.
Sin embargo, algo de lo que no se suele hablar es el impacto de esta tecnología en la vida de las perosnas mayores, ya que les permitirá mantener sus hábitos de desplazamiento cuando sus condiciones físicas se vean mermadas o, simplemente, por prudencia, prefieran no cargar con la responsabilidad de la conducción convencional.
El problema
Las estadísticas de la Dirección General de Tráfico (DGT) revelaron que creció el protagonismo de los conductores de más de 65 años en los siniestros víales. De hecho, son el segundo grupo de edad con más víctimas por accidentes.
La pérdida de reflejos se suma como la causa de las colisiones y salidas de vía protagonizadas por este grupo de edad, que, por otra parte, esta formado por conductores prudentes.
Lo cierto es que las autoridades de Tráfico también señalan la pérdida de práctica de estos conductores como una de las posibles causas de la alta siniestralidad, ya que con el paso de los años se detecta una tendencia a conducir con menor frecuencia.
Por otro lado, en algunos lugares de los Estados Unidos, como California y Arizona, ya no es extraño ver este tipo de vehículos autónomos circulando en período de pruebas, aunque con un ser humano en su interior por si se produce un fallo y tiene que intervenir.
Las pruebas brindan resultados muy positivos y las autoridades ya están concediendo las primeras autorizaciones para que los autos puedan extender sus pruebas en zonas poco pobladas ya sin presencia humana en su interior. Esta será ya la fase definitiva para constatar si están preparados para funcionar sin ningún tipo de control humano.
Los vehículos autónomos han demostrado su buen funcionamiento en entornos más o menos controlados, pero ahora tienen que aprobar su asignatura pendiente: aprender a conducir en las grandes ciudades, en lugares en los que el caos domina y las infracciones a las reglas de tráfico son constantes.
El rol de la IA
Adivinar si un conductor se saltará un ceda el paso, pasará de largo cuando el semáforo está en rojo o no se detendrá en un stop es algo que precisa de un gran entrenamiento. En estos momentos, el conductor humano tiene este entrenamiento. Sin embargo el autónomo, no.
Para que sea fiable en diversos entornos, la inteligencia artificial (IA) necesita horas de entrenamiento en lugares tan diversos como Nueva York, París, El Cairo, Dakar o Shanghai, lugares que son una selva para el conductor, pero una selva en cada caso con sus convenciones sociales diferentes.
Los fabricantes, empresas como Tesla, Apple, Google o General Motors, han enseñado pequeñas muestras de cómo funciona su IA y han explicado que cada hora de aprendizaje en las calles y en las carreteras supone un avance para el auto autónomo, que aprende de todos los detalles que observa. Hasta hace pocos años, las computadoras actuaban según los datos almacenados y rebuscaban en su memoria. Pero además, ahora ya son capaces de aprender por si mismos.
Esto significa que para que los vehículos autónomos puedan circular libremente y con seguridad casi absoluta deberán tomar lecciones en cada una de las poblaciones en las que quieran implantarse.
La IA debe capacitarse localmente y para ello ha de conocer los patrones de funcionamiento del tráfico local. Este conocimiento irá unido al conocimiento global básico que le permite tomar decisiones estándar como por ejemplo elegir la ruta mas rápida en función de múltiples variables.
En definitiva, igual que los conductores de Buenos Aires son muy diferentes a los de Tokio, los autos autónomos se comportarán de formas muy diversas en función del entorno en el que se hallen.
Por eso, el mismo auto sin conductor circulará por Zurich sin hacer ruido y de una forma muy tranquila, mientras que ese mismo vehículo colocado en medio de El Cairo tendrá una conducción agresiva y hará sonar la bocina con frecuencia, situación que emula la realidad.