Hay métodos formales de enseñanza que tradicionalmente han conducido la tarea de maestros y profesores. Muchos aún se consideran aptos para alcanzar objetivos de aprendizaje.
En las últimas décadas se vieron, desde una primera vista, desplazados por instrumentos novedosos que archivaron las tizas, le dieron luz y movimiento al pizarrón y trasladaron las bibliotecas y las videotecas a dispositivos electrónicos del tamaño de una mano.
Cuando se evalúa la tarea de los docentes, la tecnología con claridad es un factor importante. Pero desde la perspectiva del aprendizaje, tendrá real importancia toda vez que imprima mejoras sensibles a algún método tradicional. Si su irrupción solo se limitará a cambiar la apariencia de los viejos métodos, su incorporación sería en vano.
Para contribuir a este análisis vamos a describir dos modelos tradicionales de enseñanza y su relación con la tecnología.
El profesor González, del curso de Historia I en la universidad, entra al aula y ya con el saludo concita la atención. Será por su carisma, o su porte inconfundible de docente, o la autoridad que emana del tono de su voz, o todo eso amalgamado.
Da gusto escucharlo. En ocasiones se interrumpe y dice "¿Alguna duda sobre lo dicho?" Por lo general la respuesta es el silencio, y entonces él continúa. Qué claridad y orden tienen sus exposiciones. No hay palabra que quede entre paréntesis, cada concepto se deposita en su lugar, siempre armonizados con esquemas o enunciados en el pizarrón en una perfecta caligrafía.
A veces agrega con la debida anticipación alguna lámina o mapa. Es muy exigente, también con su trabajo. Los alumnos se deleitan con la experiencia y en el examen suelen obtener altas calificaciones.
Desde hace unos años, para sus clases sobre la arquitectura griega ha incorporado en Prezi una serie de coloridas ilustraciones que oportunamente hacen un zoom sobre los detalles.
La cadencia de la clase facilita la toma de apuntes y la visualización de los ejemplos. A veces pide a los alumnos que busquen en sus celulares alguna foto o video. González es igual de exigente que en sus inicios en la docencia, y por igual sus alumnos lo admiran y aprenden.
El otro caso que vamos a describir es el del profesor Jiménez, de Historia II. Su método consiste en hacer preguntas. Todavía no saluda y ya empieza: "¿Qué película de otra época vieron esta semana?" o "¿cuál fue para ustedes el tema periodístico más importante de ayer?". Las respuestas llevan a nuevas preguntas que confluyen inexorablemente en el tema del día.
Por ejemplo, para ver Los fenicios, algunas de las preguntas que combina con indicaciones en un mapa, son "Si el terreno que habitaban era muy estrecho e inundable, cercado por bosques y una cordillera muy escarpada, otros pueblos poderosos y el Mediterráneo, ¿por dónde salieron buscar su medio de supervivencia?"
Y luego, "¿Qué tipos de conocimientos y habilidades suponen ustedes que desarrollaron?". Siempre hay por lo menos una mitad del grupo interesado en el tema, capaz de deducir el juego dialéctico del profesor y responder. Después de la clase, cuando leen en el texto el tema trabajado de este modo en el aula, les resulta significativo encontrar esos mismos conceptos que ellos dedujeron.
No hace mucho, incorporó al aula la posibilidad de dialogar vía streaming con algún especialista. Pero el invitado no da una conferencia, la consigna es que responda las preguntas de los alumnos, que tienen que ser formuladas con una metodología semejante a la que el Jiménez emplea en sus clases.
En el primer ejemplo, el modelo gira en torno del sistema de evaluación, y esto no parece cambiar sustancialmente con la innovación de los instrumentos didácticos. Cada alumno estaciona su "volquete" a un lado del pupitre y el docente se ocupa de llenarlo de datos durante toda la exposición.
En el examen, ese conjunto de saberes impartidos se convertirá en saber informado por cada alumno. Así, el gasto principal lo hace el docente, que en cada clase debe explicar los temas de su programa de estudios.
En general reconforta al alumno la posibilidad de que sin mayor esfuerzo su contenedor vuelva a casa con muchos conceptos que más cerca del examen tendrá que estudiar. Las ilustraciones presentadas en el atractivo Prezi refrescan las formas, pero no altera el nivel de seguimiento y estudio por parte de los estudiantes.
La propuesta del profesor González abre en los estudiantes surcos intelectuales que facilitarán la incorporación de otros conocimientos en la universidad. Son experiencias que despliegan la mente y el perfil del futuro profesional.
Este es el modelo que prevalece en la educación actual, cuyo eje es la transformación del conocimiento que el docente distribuye en conocimiento examinado. Pero su punto crítico es la volatilidad de lo adquirido no mucho después de finalizado el curso, aun por parte de quienes hayan calificado alto en los exámenes. En este punto, ni las imágenes ni los smartphones gravitaron.
Por su parte, el profesor Jiménez enfoca en la evaluación, en el trabajo del grupo clase tras clase. Activa un sistema dirigido a logros concretos, en el que los alumnos producen conocimientos mediante el método socrático del diálogo. El fin del proceso es la medición del logro de cada estudiante, afianzado después por la lectura del texto correspondiente. La típica evaluación de los temas abordados en un examen final ya no tendría la misma relevancia que las actividades realizadas durante el curso. Jiménez no deposita conocimientos en el alumno, sino que los da a descubrir.
Para lograr que una cantidad de conocimientos permanezca años en las personas después de incorporarlos, no se necesitan fórmulas mágicas, sino hacer que lleguen a esos saberes por el mérito de su capacidad de interpretación, orientar su esfuerzo para desarrollar habilidades de deducción y procurar que compartan con sus profesores el protagonismo (no la autoridad) dentro del aula y coronar una experiencia significativa. Encarna cierto orgullo saber que eso que se puede explicar es el resultado de un ejercicio propio de análisis.
No es solo cambiar los exámenes. La evaluación de lo que se produce en cada clase demanda correr el eje del docente al alumno. Ahora, conviene no abusar de ese cambio de protagonismo, los estudiantes pueden ser tanto o más conservadores que los profesores.
La decisión de Jiménez de incorporar en forma virtual un experto y poner el foco sobre la actividad de los estudiantes imprimió mayor dinamismo, pero el grado de interés y la efectividad del método de aprendizaje no sufrió algún cambio para destacar.
Las tecnologías pueden activar una clase cuando decae o facilitar la ejemplificación de un concepto. Pero también revela que un conocimiento descubierto por el estudiante tiene más probabilidades de permanecer en él que un conocimiento que se le ha depositado, y que es el método de trabajo del docente y no la tecnología lo que determina que el conocimiento sea dado a descubrir o depositado.
Es de suponer que los alumnos de Jiménez aún recuerdan que los fenicios fueron grandes navegantes, pero no es igual de seguro que los alumnos de González recuerden más de un diez por ciento de todo lo que aprendieron con él. Dudemos de que esto último sea solo un efecto del paso de los años.
*Daniel Sinópoli es Director de la Facultad de Ciencias de la Salud en la UADE