El del dinero es un universo vasto, casi insondable, sujeto obviamente a las contingencias humanas. La pandemia de coronavirus se ha tragado entre el 6% y el 8% de la riqueza global, según cálculos de la entidad que agrupa a las Bolsas mundiales. En medio del descalabro general puede resultar anecdótico que haya provocado pérdidas en el Grupo Inditex —fundado por Amancio Ortega y Rosalía Mera, su primera esposa, a mediados de los años ochenta— por primera vez en su historia.
Pérdidas que representan poco para Ortega, que a los 84 años de edad sigue al pie del cañón, yendo a diario al cuartel general de su empresa, en Arteixo (A Coruña), y que el año pasado, gracias a los dividendos de su paquete accionarial en el gigante textil y a sus inversiones inmobiliarias y empresariales, sumó más de 2.000 millones a su colosal fortuna (55.564 millones de euros, según la revista Forbes). La primera de España, segunda de Europa y la 13 del mundo (la 16 según el recuento de Bloomberg). Un río de dinero que le coloca entre lo más selecto del exclusivo club de los multimillonarios.
Hablamos de las 2.095 personas con más de 1.000 millones de dólares que hay en el mundo, según Forbes. Pocas, pero casi cuatro veces más que al iniciarse el siglo XXI. Y son nada menos que 46,8 millones los que pueden llamarse millonarios —dueños de un millón de dólares al menos—, según el último informe sobre la riqueza de Crèdit Suisse. Un minúsculo grupo frente a los 5.100 millones de adultos que pueblan el planeta, pero un grupo en expansión, que se ha triplicado desde 2010. En el recuento de Bloomberg los 20 primeros ricos del planeta tenían 1,2 billones de dólares antes de que estallase la pandemia. Ahora, por obra y gracia de unas Bolsas aparentemente inmunes a la crisis, tienen 300.000 millones más. Y la fortuna conjunta de los 46,8 millones de millonarios —menos del 1% de la población adulta—, representa el 44% de la riqueza de todos los hogares.
Tanto en la lista de superricos de Forbes como en la de Bloomberg, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, (con una fortuna de 113.000 millones de dólares o de 188.000 millones, según una u otra fuente), ocupa la primera posición reforzado por el precio disparado de la compañía. En cabeza figuran también en ambas clasificaciones el cofundador de Microsoft, Bill Gates (con 98.000 o 121.000 millones de dólares) y Mark Zuckerberg, creador de Facebook (99.000 millones de dólares, acorde con Bloomberg). El hombre del lujo, el francés Bernard Arnault, ha sido desbancado de la cuarta posición en este ranking por el creador de Tesla, Elon Musk (84.800 millones).
Fortunas que simbolizan para algunos la vitalidad del capitalismo y para otros su dramático desvarío, porque lo que ha permitido a un puñado de personas acapararlas ha sido la economía global. ¿Es razonable tener tanto dinero? ¿Qué costes ocultos para el conjunto de la sociedad y para el planeta tiene toda esa riqueza? ¿Qué sentimientos provoca entre la gente normal, que vive de un salario y se dispone a sufrir las consecuencias de la colosal crisis creada por la pandemia? "La concentración del poder económico cada vez en menos manos es el tema más grave en estos momentos, junto al fracaso del modelo democrático. Estamos en un cambio de época total en cuanto al modelo económico y al modelo político", opina Antonio Garrigues Walker, abogado y presidente de honor del despacho que lleva su nombre.Impuestos
El capitalismo, que ha sobrevivido a lo largo de la historia gracias a su habilidad para hacer ajustes, afronta un nuevo reto, el de poner freno a esta desorbitada concentración de riqueza. ¿Cómo? Tasándola adecuadamente, proponen algunos políticos y numerosos economistas y expertos de medio mundo. España no es ajena al debate. Pese a contar solo con 24 multimillonarios en la lista Forbes, 235.400 españoles —11.000 más que el año pasado— disponen de un millón de euros, sin contabilizar sus hogares y otros bienes, según el Informe Mundial sobre la Riqueza que acaba de publicar la consultora Capgemini. Crèdit Suisse, por su parte, calculaba el otoño pasado en un millón los españoles con más de un millón de dólares incluido todo su patrimonio, cinco veces más que en 2010.
Ilustraciones de Alicia Koplovitz, Bill Gates y Bernard Arnault. Por Ricardo Polo
Y si nos atenemos a los datos que daba la Agencia Tributaria el año pasado, 611 españoles declararon en 2017 tener más de 30 millones de euros. Todos ellos han pasado a estar en la mira recaudatoria del Gobierno y hasta del Sindicato de Técnicos de Hacienda (Gestha), que propone una tasa sobre la riqueza total que sustituya al impuesto sobre el patrimonio que gestionan las autonomías y que algunas, como Madrid, bonifican al 100% (la mayoría tienen un mínimo exento que ronda los 700.000 euros). El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, admite la necesidad de "una mayor justicia fiscal" subiendo tributos "a los que más tienen, las grandes corporaciones y los grandes patrimonios". Mientras el principal socio de Gobierno, Unidas Podemos, aboga por crear un nuevo impuesto "para permitir a las grandes fortunas el ejercicio institucional del patriotismo", en palabras del vicepresidente Pablo Iglesias.
"Tener un millón no es ser millonario. Si se tiene en cuenta la propia casa, lo sería hasta Pablo Iglesias, que compró la suya a muy buen precio", ironiza José Carlos Díez, profesor de Economía de la Universidad de Alcalá de Henares. Iglesias ya deslizó en su intervención que ese millón de euros se calcularía excluyendo "la primera vivienda hasta los 400.000 euros". Ahora bien, añade Díez, "recaudar como pedía Podemos inicialmente 10.000 millones para igualar la presión fiscal obligaría a pagar 10.000 euros más a cada uno de esos ciudadanos que disponen de un millón, incluido Iglesias. Pero si vas a por los ricos de verdad, que son Amancio Ortega y otros 600, la carga sube un poquito, 10.000 millones entre 600 supone aumentarles mucho".
Lo cierto es que la reforma fiscal no acaba de concretarse y el impuesto a los ricos ha quedado en una especie de limbo. No es extraño. Ajustar las cuentas fiscales a los grandes patrimonios suele ser una empresa difícil. No parece casual que los dos grandes perdedores en la carrera por la nominación demócrata en Estados Unidos, los senadores Bernie Sanders y Elisabeth Warren, fueran los más radicales en sus propuestas para tasar las grandes fortunas. El programa fiscal de Sanders habría reducido a la mitad la riqueza de los multimillonarios estadounidenses en el plazo de quince años, según cálculos del diario The Finantial Times.
El catedrático de Política Económica y presidente de la Fundación Cercle d’Economia de Barcelona, Antón Costas, recuerda, sin embargo, que el capitalismo ya ha sido capaz en el pasado de corregir sus excesos. "Las reformas liberales de desamortización de la riqueza en el siglo XIX tuvieron ese objetivo y fueron beneficiosas. De la misma forma, el contrato social de posguerra en Europa y en Estados Unidos —y, en el caso de España, en la segunda mitad de los setenta—, al combinar un capitalismo de mercado con un nuevo Estado social, dio lugar a un crecimiento económico sostenido y a una prosperidad inclusiva". Y hoy, añade, "también desde una perspectiva liberal, vuelven a ser necesarias medidas de ese tipo para fomentar un capitalismo dinámico e inclusivo".
Descontento
Sería una forma de aplacar el descontento que provoca la falta de expectativas de las generaciones más jóvenes, y la desigualdad que ha aumentado exponencialmente con la pandemia. La caída prevista del PIB (entre un 9% y un 13%) y el aumento del paro abocarán a la pobreza a no menos de 700.000 españoles, calcula la ONG Intermón Oxfam. Y aunque es cierto que la crisis ha hecho mella en la riqueza global, los multimillonarios españoles de la lista Forbes vieron aumentar conjuntamente sus fortunas en 19.200 millones de euros entre mediados de marzo y principios de junio, según esta ONG. "La evidencia empírica dice que la inmensa mayoría de los españoles piensa que hay una gran desigualdad, y así lo ha pensado año tras año en los últimos veinte", subraya el catedrático emérito de Sociología Víctor Pérez Díaz.
"Las élites económicas y financieras españolas no son conscientes de la relación que existe entre el malhumor de nuestras sociedades, especialmente entre las clases medias, y la creciente desigualdad", dice Costas. "Por un lado, cuestionan que esta haya aumentado tanto como dicen las cifras y, por otro, creen que es algo "natural", que responde a los "méritos" de cada uno". Los que lo ven así, según este economista, más que los propios empresarios, son quienes les representan y los altos ejecutivos de las grandes corporaciones.
Puede ser. Pero muchos empresarios están lo bastante seguros de sus méritos y de los de sus antepasados como para haberse ocupado de dejar constancia escrita de su historia. Miguel Fluxá Rosselló, 81 años, el multimillonario al frente de la multinacional turística Grupo Iberostar, es uno de ellos. En el libro Viajes y estrellas: una historia de emprendimiento se cuentan en 357 páginas con muchas ilustraciones los principales hitos de la saga hotelera, creada a partir de la compra de la red de agencias Viajes Iberia por el padre de Miguel, Lorenzo Fluxá Figuerola, en 1956. El libro, editado en 2017, lo firma la profesora de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Complutense de Madrid y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia Elena San Román.
Sagas familiares
Las dos ramas de la familia Fluxá (dedicada una al turismo y la otra al calzado), son parte de una misma dinastía empresarial que se remonta al siglo XIX. Sin tanto pedigrí histórico como ellos, buena parte de los 24 multimillonarios españoles son hijos o nietos de emprendedores que hicieron sus fortunas en la posguerra, cuando la necesidad de poner en pie un país destruido ofrecía incontables oportunidades —siempre que se estuviera en buena sintonía con el Régimen— a los más audaces y ambiciosos. Lo vio así Rafael del Pino Moreno, fallecido en 2008, que levantó Ferrovial a partir de los primeros contratos con Renfe, en plena reconstrucción y ampliación de la vía férrea. Cuatro de sus cinco hijos —multimillonarios tres de ellos—, siguen en la multinacional presidida por el mayor de los varones, Rafael del Pino Calvo Espelote, de 62 años.
Sol Daurella, de 54 años, una de las mujeres más ricas de España, presidenta de Coca-Cola European Partners, ha labrado su fortuna siguiendo la estela del abuelo que estableció los primeros vínculos con la transnacional en los años cincuenta. Y a punto de pasar el testigo a la tercera generación familiar —aunque este año se han visto expulsados de la lista Forbes de multimillonarios-, están también Antonio y Jorge Gallardo Ballart, directivos de la farmacéutica Almirall, creada por su padre, Antonio Gallardo Carrera, en 1943. Herederos son también los hermanos Francisco y Jon Riberas Mera, al frente hoy de un conglomerado en el que figura la Corporación Gestamp, dedicada a la fabricación de componentes del automóvil; el grupo Gonvarri, productor de acero, y la firma de energías renovables Acek. El imperio lo inició su padre, Francisco Riberas Pampliega, que creó Gonvarri a finales de los años cincuenta a partir de un negocio de chatarra. Pampliega cuenta también con biografía autorizada.
Sobre Inditex y su creador hay mucha más literatura, y todo el mundo sabe que el exitoso empresario de Busdongo (en el término leonés de Villamanín), hijo de ferroviario, dejó la escuela a los 13 años de edad para ponerse a trabajar. Hoy es el más rico de España, aunque su patrimonio ha caído más de 13.000 millones de euros en lo que va de año, según Bloomberg; tiene avión privado y yate, y es dueño del pazo de Ancéis, una propiedad del siglo XVIII, en el municipio de Cambre, muy cerca de A Coruña. Divorciado de su primera mujer, Rosalía Mera (fallecida en 2013), Ortega se volvió a casar con Flora Pérez Marcote, ‘Flori’, que se sienta en el consejo de administración de Inditex, en representación de Pontegadea Inversiones, la firma que atesora el grueso de las acciones de su marido en el grupo textil. El patrón de Inditex, el más alérgico a la prensa de los multimillonarios, pertenece a la estirpe de los que han levantado un imperio económico empezando desde muy abajo.
El valenciano Juan Roig, con un patrimonio de 3.900 millones de dólares (su esposa, Hortensia Herrero, suma otros 2.300 millones de dólares), tiene el mérito de haber puesto en pie una espectacular red de supermercados como Mercadona (1.600 establecimientos con 79.000 empleados), pero lo hizo a partir de las ocho tiendas de ultramarinos compradas al padre. Y Florentino Pérez, de 72 años, presidente del Real Madrid y presidente y accionista de peso de ACS, la constructora que puso en marcha en 1997, es ingeniero de formación y tuvo un rodaje político en UCD antes de ser milmillonario.
Mantener en pie una empresa a través de generaciones tiene también su mérito. Solo hay que ver lo fácilmente que cambian de propiedad las que tienen algún éxito. Manuel Lao, de 75 años, fundador de Cirsa, dedicada al juego y al ocio, o Alberto Palatchi, de 70, artífice de Pronovias, vendieron las suyas seducidos por buenas ofertas. El primero al Grupo Blackstone, y el segundo, al fondo estadounidense BC Partners, que le ha pagado 550 millones de euros. Dinero para invertir en sendas sicav, lo que preocupa al profesor Díez. "Es que vemos aumentar el número de capitalistas que invierten en ladrillo y en bonos. El dinero hay que sacarlo del ladrillo y meterlo en actividad empresarial, actividad innovadora, y canalizar ese capital hacia la creación de empleo y si es posible empleo de calidad y con buenos salarios. El capital tiene que meterse en sectores que van a generar alto valor añadido en el futuro. Y eso no está pasando en España".
No hay duda de las preferencias por el ladrillo de los ricos inversores españoles. Amancio Ortega acumula inmuebles por valor de 15.000 millones de euros a través de Pontegadea. Su hija Sandra Ortega Mera, con 4.800 millones de euros, la segunda fortuna de España, le sigue los pasos. También los Riberas han puesto un pie en el negocio inmobiliario, lo mismo que Alicia Koplowitz. que ha regresado este año a la lista Forbes de multimillonarios.
Mucho ladrillo y poca innovación. Quizás por eso, los superricos son vistos con cierta suspicacia en España. "En realidad, de los estudios que hemos hecho no se puede deducir que los españoles tengan mala opinión de los empresarios", dice Elisa Chuliá, profesora de Sociología de la UNED e investigadora de Funcas (fundación que gestiona la obra social de las cajas de ahorro). "Sin embargo, en una encuesta que hicimos a dueños de empresas, descubrimos que ellos sí tienen la idea de que la sociedad no les aprecia".
Xosé Carlos Arias, profesor de Economía aplicada en la Universidad de Vigo, cree que esa figura que había ganado legitimidad en la Transición, la perdió de golpe con la crisis de 2008, sobre todo en el caso de los banqueros y de los que impulsaron el boom inmobiliario. ¿Y ahora? "Mi impresión es que entre los jóvenes —debido a su percepción de un futuro de menores oportunidades— hay mucho distanciamiento y puede ser que hasta aversión hacia los grupos tradicionales de poder económico". Una mezcla de envidia y resentimiento.Generar riqueza
"La cuestión no es que haya o no ricos, sino que paguen sus impuestos", abunda el profesor Díez. "En eso es en lo que nos tenemos que centrar. Lo que me importa es que esa riqueza se invierta otra vez y genere empleo, que es lo que hace Amancio Ortega. ¿Cómo sería la ciudad de A Coruña si Amancio Ortega no hubiera desarrollado Inditex? ¿Cuánta gente trabaja en ella gracias a Inditex? ¿Cuánto pagan de IRPF? ¿Cuánto pagan de IVA? ¿Cuántos restaurantes y hoteles hay en A Coruña? ¿Cuánto funciona el aeropuerto? Todo eso genera ingresos y actividad, y no solo el impuesto sobre la riqueza".
Inditex es, indudablemente, un foco de riqueza para Galicia, donde está su sede, y donde viven el patrón y sus principales directivos. "Y eso explica que sea la cuarta región por recaudación fiscal, aunque esté poco poblada", reconoce Carlos Cruzado, presidente de Gestha. Aunque los datos de la Agencia Tributaria son solo una aproximación a la realidad del dinero que existe. Prueba de ello, señala Cruzado, "es que los informes de la banca privada siempre dan un número de patrimonios y de superricos que supera al de los declarantes". Y tanto. Baste recordar que en 2017, a efectos fiscales, solo 611 españoles tenían más de 30 millones de euros. En su informe del pasado otoño, Crèdit Suisse calculaba, en cambio, que eran 2.200 los que disponían de fortunas superiores a los 45 millones de euros. Una disparidad que pone de relieve la dificultad a la que se enfrenta el fisco para lograr que los multimillonarios rindan cuentas.
Ilustraciones de Jeff Bezos, Amancio Ortega y Rafael del Pino. Por Ricardo Polo
Filántropos de perfil bajo
En 2009, directivos de un puñado de empresas, la mayoría del Ibex-35, crearon la Fundación Sociedad y Empresa Responsables (Seres), con la intención, cuenta su presidente, Francisco Román, de ejercer una especie de mecenazgo empresarial sin rostro, dado que, los grandes de la economía, "tienen aversión a la popularidad por el grado de crítica que se genera en España".
Más allá de esta responsabilidad conjunta, es frecuente que empresas y empresarios importantes den vida a fundaciones para llevar a cabo, al menos teóricamente, una labor benéfica. El dinero que destinan desde ellas a programas de ayuda tiene bonificaciones fiscales. También se beneficia de un régimen fiscal favorable la dotación económica —el presupuesto global por decirlo así— que maneja cada una. Rafael del Pino, fallecido en 2008, puso en pie la suya en 1999 con la intención, según dejó escrito, de "devolver a la sociedad española parte de lo que esta misma sociedad me ha dado a lo largo de mi vida personal y profesional". Muchos otros empresarios, como Francisco Cosentino, o la vicepresidenta de Mercadona, Hortensia Herrero, han creado fundaciones. Rosalía Mera, fallecida en 2013, puso en pie Paideia, que trabaja con colectivos vulnerables, de la que se ocupa ahora su hija Sandra Ortega. Entre las que cuentan con mayor dotación económica están la Fundación Botín y la de Amancio Ortega. El dueño de Zara ha hecho alarde de altruismo ante la crisis del coronavirus, trayendo de China aviones cargados de material sanitario. Y, a través de la sociedad que gestiona su fortuna, el Grupo Pontegadea, ha inyectado 104 millones de euros en su fundación.
Ha habido otros gestos de solidaridad empresarial, como el de la presidenta del Banco de Santander, Ana Patricia Botín, que se comprometió a evitar despidos en la crisis y se ha rebajado el sueldo a la mitad. Con todo, la filantropía ‘a la española’ dista de parecerse a la que se ejerce en el mundo anglosajón. Los ricos estadounidenses han sido los más generosos en estos momentos de crisis sanitaria y económica. Y es que la filantropía es una verdadera tradición en la superpotencia mundial que dedica a esa actividad una cantidad equivalente al 2% del PIB nacional, según un estudio de Charities Aid Foundation. "En Estados Unidos hay un lenguaje más pragmático y más claro. Los ricos allí no dedican grandes sumas a la filantropía únicamente por solidaridad social, sino por puro pragmatismo. Se dan cuenta de que tienen que contribuir a reducir las desigualdades, que son muchas: económicas, sanitarias, educativas, tecnológicas", opina Antonio Garrigues. Empatía social entonces, pero también grandes dosis de sentido práctico estarían detrás de los generosos mecenazgos y donaciones que acostumbran a hacer los megarricos estadounidenses. Una actividad en la que nadie ha desbancado aún a Bill y Melinda Gates que, a través de la fundación que lleva su nombre, creada en 1995, han donado decenas de miles de millones de dólares a un sinfín de causas. La última y reciente aportación, 100 millones de dólares con destino a la detección temprana, el aislamiento y tratamiento del coronavirus. Los Gates no viven desde luego como cartujos. Disponen de un avión privado de 19 plazas, y residen en una mansión en Washington valorada en 112 millones de euros, además de ser dueños de fincas en California, Florida o Wyoming.
Al contrario que la pareja estadounidense, los multimillonarios españoles protegen sus actividades detrás de un muro de silencio. Ninguno, entre la veintena larga de multimillonarios contactados para este reportaje ha querido ser entrevistado, ni siquiera para hablar de sus actividades filantrópicas.
"Es una cuestión de pudor", cree Antonio Garrigues. Convencido de que muchos ricos españoles "hacen cosas muy buenas pero no las publicitan. Porque además generan reacciones de rechazo que en los Estados Unidos serían inimaginables". Una clara alusión a las críticas recibidas por Amancio Ortega cuando donó aparatos para el tratamiento del cáncer por valor de 350 millones de euros. Y es que en España, dice Elisa Chuliá, se espera que sea el Estado el que atienda las necesidades de los ciudadanos, el que se ocupe de todos los servicios. Y de los riquísimos, ¿qué se espera? Desde luego, que paguen sus impuestos. La filantropía vendría después, porque, como dice el profesor Xosé Carlos Arias, "lo prioritario, incluso para la supervivencia de la democracia liberal, es buscar fórmulas para gravar el capital", indicó El País.