La historia es digna de una película: una emprendedora de 19 años llamada Elizabeth Holmes (1984) presentó al mundo una startup (Theranos) capaz de diseñar una máquina (Edison) que revolucionaría la industria médica: un dispositivo doméstico para hacer analíticas con una sola gota de sangre y sin agujas. El iPhone de la sangre, sí, porque los medios vendieron a Elizabeth Holmes como la Steve Jobs femenina, la nueva niña bonita y mimada de Silicon Valley
Gracias a varios fondos de capital de riesgo, Theranos alcanzó los 9.000 millones de dólares de valoración antes de lanzar su producto al mercado, pero todo acabó saltando por los aires (otoño de 2015) tras una investigación de John Carreyrou (periodista de "The Wall Street Journal") en la que ex trabajadores de Theranos desvelaron el engaño.
El dispositivo —que se había empezado a usar en ‘clínicas’ de grandes superficies— no funcionaba bien, Theranos hacía trampas para analizar la sangre porque no contaba con tecnología propia para hacerlo; si uno se hacía un análisis con ellos, corría el riesgo de recibir un diagnóstico equivocado. Estábamos ante uno de los mayores fiascos de Silicon Valley en el siglo XXI y las demandas por fraude y cargos penales no tardaron en llegar.
La historia completa la cuenta ahora John Carreyrou en el libro "Mala sangre", basado en más de 150 entrevistas (incluidos sesenta antiguos empleados de Theranos) e incluso HBO ha estrenado un documental sobre el caso llamado: 'The Inventor. Out for Blood'.
Los jefes de la empresa "no tenían la capacidad, o la voluntad, de distinguir entre un prototipo y un producto terminado... La mayoría de las empresas pasaban por tres ciclos de creación de prototipos antes de salir al mercado con un producto. Pero [Theranos] ya estaba haciendo pedidos basados en un primer modelo no probado. Era como si Boeing construyera un avión y sin hacer una sola prueba de vuelo les dijera a los pasajeros de la aerolínea: ‘Suban a bordo’", escribe Carreyrou.
Theranos, que llegó a tener 800 empleados, tenía una violenta cultura empresarial. No había semana en la que no despidieran a alguien sin previo aviso y bajo el siguiente ritual: el trabajador abandonaba precipitadamente la sede, acompañado de un guardia de seguridad y un abogado amenazante. La empresa también vigilaba los correos electrónicos del personal y el historial de internet. El ambiente laboral en Theranos era una mezcla de miedo, locura y paranoia.
"Holmes y Balwani [Ramesh Balwani, expareja de Holmes y número dos de Theranos] crearon una cultura de la intimidación y el miedo principalmente para esconder su gran secreto: su producto no funcionaba. No querían que se desvelara el secreto, así que intimidaban a sus empleados para que permanecieran callados. Su mayor arma era amenazar con demandar a los trabajadores, pasados y presentes, por violar los acuerdos de confidencialidad. Fue una amenaza muy efectiva: los empleados temían acabar en bancarrota por tener que litigar (lo que podría acabar pasando, aunque las acusaciones de Theranos fueran falsas)", explica John Carreyrou a El Confidencial.
La situación era de máxima esquizofrenia: medios e inversionistas no paraban de hinchar el globo y Elizabeth Holmes actuaba como una 'celebrity'; al mismo tiempo, el ambiente en la empresa era irrespirable porque la tecnología estaba a años luz de funcionar. Durante una cena de Navidad, se dirigió a sus empleados en estos términos: "Esto es lo más importante que la humanidad haya construido. Si no creen que sea así, deberían irse ahora".
"Cuando se publicó el artículo de portada en ‘Fortune’, Elizabeth saltó al estrellato de forma instantánea. Su entrevista en el ‘Wall Street Journal’ había recibido algo de atención y también salió un artículo en ‘Wired’. Dos meses después, apareció en una de las portadas de la edición anual número 400 de la revista 'Forbes' sobre las personas más ricas de los Estados Unidos… La revista ‘Time’ la nombró una de las cien personas más influyentes del mundo. El presidente Obama la nombró embajadora de los Estados Unidos para el emprendimiento global".
El principal inversor de Theranos —con 125 millones de dólares— era Rupert Murdoch. El mismo Rupert Murdoch dueño ‘The Wall Street Journal’. Una cosa era cargar contra una startup, y otra cargar contra una startup en la que el dueño del periódico en el que trabajaba John Carreyrou ha invertido un dineral.
Elizabeth Holmes presionó a Murdoch para que la historia no se publicara. "La joven sacó a relucir mi artículo y le dijo que la información era falsa y que su publicación haría un gran daño a Theranos. Murdoch se mostró reacio a intervenir y dijo que confiaba en los editores del periódico para manejar el asunto de manera justa. Cuando estaba próxima la publicación, Holmes se reunió con Murdoch por cuarta vez en su oficina en el octavo piso del edificio de News Corporation en el centro de Manhattan. Mi mesa en la redacción del ‘Wall Street Journal’ estaba solo tres pisos más abajo, pero yo no tenía ni idea de que ella se hallaba en el edificio. Holmes sacó el tema de mi artículo con renovada urgencia, esperando que Murdoch se ofreciera a ponerle fin. Una vez más, a pesar de la inversión sustancial que tenía en juego, se negó a intervenir. Mientras Holmes intentaba, sin éxito, influir en el propietario del ‘Wall Street Journal’, Theranos continuaba su campaña de tierra quemada contra mis fuentes".
La investigación se publicó el 15 de octubre de 2015. "El titular, ‘Las dificultades de una empresa respetada’. resultaba sutil, pero el artículo en sí era demoledor… y explicaba en profundidad lo que yo consideraba el punto más importante: el riesgo médico al que la empresa había expuesto a los pacientes. La historia provocó una tormenta de fuego", zanja Carreyrou.