En esta crisis sin precedentes que estamos experimentando, muchas de nuestras actividades cotidianas se han visto impactadas de lleno, siendo una de ellas la educación. En mi caso particular, como docente/alumno universitario, y padre de hijos en edad escolar las opiniones que se recaban resultan encontradas y con algún manto de incredulidad sobre la efectividad de esta forma de estudiar y aprender. ¿Es efectiva la educación a distancia? ¿Será el coronavirus el "acelerador" para la transformación digital de la educación?
Intentaremos responder esta pregunta sin perder el foco que en la ecuación existen dos variables, los educadores y los educandos.
Comenzando con los primeros, las instituciones educativas de nuestro país se han caracterizado en su conjunto por dos aspectos:
- Por un lado, han actuado de forma realmente ágil respondiendo al nuevo escenario de pandemia. He sido testigo de una universidad que ha logrado migrar de un modo "offline" a "online", todas sus clases y contenidos en un fin de semana. Los profesores han acompañado en este cambio, exponiendo más que nunca su pasión por enseñar, y los alumnos reciben en forma positiva esta oportunidad que se les da de poder seguir estudiando (tengo mis dudas acá con los jóvenes adolescentes del secundario) ????
- Respecto al uso de las "TIC"; han optado por el uso masivo de dos tipos de tecnologías ambas basadas en el concepto nube: plataformas de videoconferencias para emular "aulas virtuales" y servicios de almacenamiento para "colgar" información pedagógica. Si bien las universidades cuentan en su mayoría con plataformas del tipo "web campus" el uso que se les da las mismas termina siendo el de disponibilizar información.
Ahora bien, creo que todos nosotros a esta altura somos expertos en el uso de videoconferencias; aprendimos las nuevas reglas de convivencia (preguntar por el chat, silenciar los mics, etc.) y logramos impartir/recibir nuestra clase tradicional ahora en forma virtual. Las preguntas que surgen entonces son ¿listo? ¿ya está? ¿era esto el e-learning? ¿cerramos las aulas físicas?
El primer problema de este nuevo escenario está relacionado con algo que muchas veces damos por sentado y se encuentra asociado a la infraestructura. Plantear un esquema 100% virtual implica contar con, al menos, un dispositivo y una conexión a Internet. Si bien la penetración de Internet en Argentina es una de las mayores en América Latina, no deja de encontrarse lejos de un modelo totalmente inclusivo y las velocidades de descarga no se encuentran siempre compatibles con los requerimientos de un servicio de streaming de audio/video. Según datos del año 2019, la cantidad de accesos cada 100 hogares es del 65,8% y la velocidad promedio de descarga es de 6Mbps.
El segundo problema que se plantea es que estamos incorporando contenido pedagógico y metodología offline a un espacio virtual. Si entendemos que nuestro objetivo en la clase será bajar un mensaje a un alumno sobre un concepto determinado, tengamos presente que ellos llevan años luz de ventaja "googleando" y "streameando". No tengan dudas que en una semana de investigación con acceso a Internet sabrán más de un tema específico que el mismo profesor. Y cuando llegue el momento de la evaluación, ¿cómo será la misma? Nuestro típico "multiple choice" seguramente se verá hackeado en minutos sin poder cumplir su propósito de evaluar la efectividad del proceso de aprendizaje.
Cuando hablamos de transformación digital en los negocios siempre ponemos a la estrategia por delante de la tecnología "per se". El software es un mero vehículo puesto a disposición de nuestros clientes, y el caso de la educación no resulta distinto en absoluto, ya que queda claro que la modalidad es una excusa; los elementos decisivos tienen que ver con un nuevo enfoque de los diseños pedagógicos y sus esquemas de medición.
Sin lugar a duda no podemos esperar que, en un caso de fuerza mayor como el que estamos viviendo, el sistema educativo esté en condiciones de implementar los cambios estructurales que esto último implica. Sin embargo, tampoco podemos caer en la tentación de pensar que el nuevo paradigma de la educación se limita a subir archivos a la web y compartir las clases de siempre mediante un videochat.
Pensando ahora en los alumnos nos encontramos con algunos problemas interesantes, en este caso asociado quizás mas al tema "cultural" que trae aparejado el desafío de la transformación digital.
Por muchos años los MOOCs fueron los niños mimados de la industria de la educación digital. Este formato de aprendizaje se hizo muy popular por las posibilidades que ofrece de llevar la educación a las masas, a través de cursos que combinan clases en video, con texto y con ejercicios interactivos. Sin embargo, casi 10 años después de su nacimiento, los MOOCs no han democratizado la educación, ni han matado a la educación tradicional – dos pronósticos que muchos analistas hacían sin sonrojarse allá lejos y hace tiempo por el año 2012. ¿Y dónde podemos encontrar las causas de este "no impacto"? Yo los resumiría en dos: disciplina y motivación.
Nuestro hogar, puede resultar acogedor, pero a su vez transformarse en una fuente inagotable de distracciones. La disciplina que implica viajar al aula, reunirse para el trabajo práctico todos los integrantes de un equipo en un lugar común, y/o estudiar para el examen, se distorsiona dramáticamente cuando convivimos con nuestra familia en la cocina/comedor, escuchamos alguna noticia o nos requieren para alguna otra urgencia ya que nos encontramos "disponibles" en casa. Algunas mejores prácticas, relacionadas con sostener la rutina de "ir" a la escuela/universidad, planificar la jornada de estudio y compartimentar el día entre estudio/trabajo/casa suponen barreras que explican, en cierta forma, la falta de penetración de la enseñanza virtual. Parece irónico que una herramienta nacida con el objetivo de llevar educación a las poblaciones con menor acceso (MOOCs), se haya convertido en un recurso valioso para aquellos que ya pasaron por la universidad. Sin embargo, esto tiene sentido. Los profesionales ya graduados de alguna carrera son los que más herramientas tienen para aprender por sí mismos, y el perseguir un fin específico como cambiar de trabajo, lograr un ascenso, o estudiar un posgrado (que, en definitiva, llevará a obtener un mejor trabajo, un ascenso, o un mayor salario) constituyen motivaciones importantes para dedicar las entre 5 y 10 horas semanales que un curso de este tipo demanda, de manera disciplinada.
Y entonces entra en escena la (des)motivación. Según estudios de expertos surgidos del CIVE Congreso Internacional Virtual de Educación debemos considerar especialmente en temas de educación a distancia distintas teorías psicológicas acerca de la motivación, sugiriendo mejores prácticas para aplicar en el proceso pedagógico, incluyendo entre otras:
- Actividades de evaluación que estimulen a la producción de la respuesta particular del alumno
- Detectar las inclinaciones de los alumnos proponiendo desafíos y premios acordes s estas expectativas
- Valoración del proceso y no sólo del producto
Para concluir y responder la pregunta que nos planteamos inicialmente, la mayoría de las investigaciones evidencian que la eficacia en la educación no depende de los recursos tecnológicos, ni de los propios profesores, ni de los estudiantes, aunque todos ellos son decisivos, sino de la calidad de sus diseños pedagógicos. Sin embargo, es importante trabajar en el "cambio cultural" que implica reiniciar el mindset de los profesores y actuales educandos ( por suerte, los futuros alumnos no tienen la necesidad de "desaprender" viejos paradigmas educativos).
Teniendo en cuenta esto debemos explotar al máximo la tecnología hoy disponible, pensando en plataformas integradas y evitando el uso de diversas tecnologías "desconectadas". Las aplicaciones integradas nos deben ofrecer la posibilidad, no solamente de subir/bajar información, y compartir clases a distancia; sino también evaluar, medir y monitorear accesos, permitiendo contactos ad hoc con fines de seguimiento y motivación. El siguiente paso será analizar todos los datos generados producto del proceso educativo ejecutado a distancia, tanto para concluir sobre resultados pasados, como también para predecir comportamientos futuros a través de herramientas de inteligencia artificial. Nuestro fin último será el mismo que el del modelo tradicional educativo: generar comunidad.
También debemos pensar sobre toda la gente excluida del sistema remoto producto de la falta de infraestructura, para ellos el modelo físico sin dudas que debe mantenerse. Si contemplamos esta situación con todo lo expresado en el párrafo anterior, los modelos de blended learning asoman como la mejor opción posible, al menos en el corto plazo.
Lo que queda más que claro, es que el modelo virtual implementado por la abrupta expansión del coronavirus lejos está de ser la respuesta definitiva; no obstante, este enemigo nos ha obligado a explorar nuevas formas de aprender y transitar el siempre doloroso proceso del cambio. No hay duda de que aquellas instituciones tanto públicas como privadas, con visión y coraje, sabrán avanzar en este camino y salir fortalecidas de esta situación, ofreciendo nuevas formas de enseñar y marcando la diferencia sumando valor a la comunidad. Para ellas, la pandemia terminará siendo su socio menos pensado.