En una casa prefabricada, con techo negro de cartón y brea, en el humilde barrio de Lomas del Mirador (La Matanza), Doña Rosa mira de frente a su hijo Jorge y le dice una frase mágica: "Sos muy inteligente, sos muy capaz y todo lo que te propongas en la vida lo vas a lograr".
"Me lo dijo tantas veces que realmente me lo creí. Eso fue fundamental porque me dio mucha seguridad en mí mismo", cuenta hoy Jorge Gómez, desde su impactante casa en Mónaco, donde ostenta una inigualable colección de autos de lujo.
Ferrari, Lamborghini, Porsche son algunas de las marcas que componen su sorprendente flota en la que se destacan tres joyitas: los exclusivos ejemplares de Pagani. Pero cuando todo empezó sólo era un chico que soñaba con que el dinero dejara de ser un problema diario en su familia.
"Éramos pobres y yo lo que quería era hacer plata para cambiar esa vida. Y hacía cualquier cosa", señaló a Noticias sobre aquellos años en que, después de terminar el colegio, salió a caminar por el conurbano bonaerense dispuesto a vender lo que fuera que le dejara algún billete en el bolsillo.
Sus padres habían conseguido un trabajo como encargados en un edificio de Recoleta así que no lo dudaron: vendieron su casa y le dieron a su hijo de 18 años todo el dinero, sabían que era lo único que necesitaba Jorge para triunfar.
Pensar en grande
"Lo mío siempre fue ser vendedor, entonces vendí de todo, hasta iba casa por casa", recuerda el hombre, que nunca la tuvo fácil y antes de cumplir los 25 años, ya había pasado por más de 20 negocios distintos. Tuvo una fábrica de galletitas, una agencia de fletes, un supermercado, un local de bijouterie, una pizzería. Fabricó mousse de chocolate, vendió fiambres y quesos y tuvo una casa de comida con servicio de viandas.
"Pero siempre pensábamos a lo grande. No queríamos un negocito para vivir bien, el tema era pegarla con algo y hacer mucha plata", destaca Jorge, que en sus años más duros llegó a combinar otros trabajos mientras trataba de hacer funcionar la empresa de viandas.
Eran los primeros años de la década del 80, la dictadura militar gobernaba en Argentina y en medio de una debacle económica y social el país se encaminaba a la guerra de Malvinas. El pueblo sufría y Jorge no podía escapar de aquella desgarradora realidad.
"Con la crisis económica de ese momento tuve que despedir a la cocinera de mi empresa de viandas, mi mamá me tuvo que venir a ayudar y mi señora de ese momento también se sumó a la empresa. Repartíamos comida en fábricas y en todos los negocios por los que pasábamos se quejaban de lo que les costaba mantenerse sin fundirse".
Golpe de suerte
Pero un día Gómez se encontró con un español que trabajaba "las 24 horas, los 7 días a la semana". ¿Qué hacía ese tipo para que le fuera bien en este momento terrible? Inyectaba plástico.
"Me hice amigo de él y le dije: 'Yo soy vendedor, ¿qué cosa puedo hacer para que vos lo inyectes y yo lo salga a vender? Hice una matriz pero todo me salió mal. El producto era malo, me lo tiraban por la cabeza, era de mala calidad... Todo eso me hizo aprender mucho", aseguró en diálogo con el ciclo "Fabricante De Dinero".
Tiempo después, su fama de gran vendedor comenzó a traerle oportunidades: "Un vecino me propuso trabajo con un automático para tanques de agua. Él no sabía cómo venderlo y me ofreció que me encargara de eso. Tenía un stock 2000 unidades y las vendí todas en un mes".
Ante el éxito que le cayó del cielo, Jorge quiso continuar: "Le pedí al hombre que me diera más para seguir vendiendo, pero no quiso producir más. Me dijo: 'Te doy todo, te vendo todo y hacelo vos'. Pensé que con eso me iba a llenar de plata así que aposté todo: entregué mi casa, vendí la moto y un auto que tenía. Puse todo lo que tenía en ese negocio. Me fui a vivir con mi suegra y me la jugué".
Pero en la Argentina cíclica, que cada cierta cantidad de años vuelve a desplomarse, Jorge nuevamente la pasó mal: "Vino otra crisis y no se vendía nada. Pero en ese momento tan malo me encontré con que uno de los que me compraba a mí, vendía los automáticos en un barrio pobre. Los instalaba, los daba a pagar, vendía un montón y ganaba mucha más plata que yo que me había jugado todo por ese negocio".
Al borde de la quiebra, Gómez decidió imitarlo. "Me fui a otro barrio, para que este cliente me siguiera comprando. En la otra punta del conurbano salí a vender casa por casa. Hasta mi vieja salió a vender, le armé una hoja con todo lo que tenía que decir y nos íbamos todos a Monte Grande".
38 años más tarde, aquella pequeña empresa llamada Roker hoy es una firma millonaria de materiales eléctricos que cuenta con más de 100 empleados.
La empresa se instaló fuerte en el mercado por un golpe de suerte. "Un día en un negocio escuché a un señor que comentaba que estaba fabricando cajas plásticas para térmicas y no daba abasto. Con la plata de lo que había vendido en la calle, hice la primera matriz e hice mi primera caja y me cambió la vida. Todo el mundo me quería comprar. Y no paré de hacer cajas desde ese día".
Por supuesto que no fue un camino soñado pero incluso en el que recuerda como el peor momento de su vida, logró salir adelante aprovechando las oportunidades que le aparecieron. "En 2002 pensé que me fundía. El corralito del 2001 dejó una crisis terrible. No podías sacar la plata del banco, los clientes tampoco, los cheques venían rechazados, no se vendía nada", retrata sobre aquel dramático año.
"Y fue ahí cuando aprendí que las crisis son oportunidades. Yo no tenía un edificio para mi empresa, me parecía que era demasiado gasto invertir en eso y justo en ese momento me ofrecieron una propiedad, encima en el barrio donde yo me crié, Lomas del Mirador. Volví ahí ahora como empresario para comprarme una propiedad por apenas 4.400 dólares".
El vendedor era un financista que necesitaba liquidez y quería deshacerse de las instalaciones porque tenía miedo de que las usurparan. Un monto que hoy no sería ni la mitad del alquiler de ese edificio.
Constituida como la segunda marca del mercado, Roker dio el salto cuando la empresa líder se fundió y le dejó servido el negocio. "Me cambió la vida estar en el momento justo en el lugar justo, pero también fue fundamental saber escuchar y tener menos miedo que los demás, esa es la clave de mi éxito", sostiene Gómez que pasó a tener dinero en grandes cantidades.
Y así aparecieron los lujos, en especial los autos. "De chico ya me volvían loco los autos, venía un primo con un rastrojero y lo volvía loco para que me enseñe a manejar, cuando mis viejos trabajaban en la portería de un edificio yo movía los autos en el garaje".
"Mi amigo Horacio Pagani"
Para el 2005 Gomez se dio un gusto enorme: el primer Pagani. Esa estrella argentina inalcanzable del más exclusivo mundillo automotor que solo fabrica unos pocos autos al año se terminó convirtiendo en un gran amigo del emprendedor. "Conocí a Horacio Pagani en el Salón de Ginebra, le caí bien, le dije que me gustaban sus autos y que le quería comprar uno, pero que primero lo tenía que probar, me fui a Módena y le terminé comprando su auto personal".
"Fui el primer latinoamericano en tener un Pagani, ya tengo el tercero. En estos 15 años nos fuimos haciendo amigos, él me guardaba el auto en Italia, yo soy un fanático suyo y de la marca. Hoy un auto Pagani Zonda vale 5, 6 millones de dólares, no lo podría comprar".
En Punta del Este, muy lejos de su casa de Lomas del Mirador, Jorge llevó su flamante Pagani Zonda de visita a Casapueblo. Cuando entró al museo, le preguntaron si quería conocer la casa del artista, dijo que sí, y allí se encontró con el mismísimo Páez Vilaró. Ese mismo día compró su primer cuadro, pero no fue el último.
Las obras de arte, las esculturas, los autos de lujo y algunas piezas de colección, como una campera de Michael Schumacher, fueron dando forma a una impactante colección que el millonario ostenta en una casa museo que preparó en del exclusivo barrio privado de Nordelta.
A los 61, cuenta que ya no le interesa seguir en la carrera por el dinero y que podría ser multimillonario pero que eso "implicaba venderle el alma al diablo". Sin embargo, todavía mantiene la disciplina ("no me gasto la que no tengo"), aunque para su futuro tiene todo muy claro: "No quiero morirme con millones de dólares en el banco".